Page 401 - El Señor de los Anillos
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que aquellas que deseamos ver. Lo que verás, si dejas en libertad al espejo, no
      puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron y cosas que son y cosas que quizá
      serán. Pero lo que ve, ni siquiera el más sabio puede decirlo. ¿Deseas mirar?
        Frodo no respondió.
        —¿Y tú? —dijo ella volviéndose a Sam—. Pues esto es lo que tu gente llama
      magia, aunque no entiendo claramente qué quieren decir, y parece que usaran la
      misma palabra para hablar de los engaños del enemigo. Pero ésta, si quieres, es
      la magia de Galadriel. ¿No dijiste que querías ver la magia de los elfos?
        —Sí —dijo estremeciéndose, sintiendo a la vez miedo y curiosidad—. Echaré
      una mirada, Señora, si me permite.
        En un aparte le dijo a Frodo:
        —No me disgustaría mirar un poco lo que ocurre en casa. He estado tanto
      tiempo fuera. Pero lo más probable es que sólo vea las estrellas, o algo que no
      entenderé.
        —Lo más probable —dijo la Dama con una sonrisa dulce—. Pero acércate y
      verás lo que puedas. ¡No toques el agua!
        Sam  subió  al  pedestal  y  se  inclinó  sobre  el  pilón.  El  agua  parecía  dura  y
      sombría y reflejaba las estrellas.
        —Hay sólo estrellas, como pensé —dijo.
        Casi  en  seguida  se  sobresaltó  y  contuvo  el  aliento  pues  las  estrellas  se
      extinguían. Como si hubiesen descorrido un velo oscuro, el espejo se volvió gris y
      luego se aclaró. El sol brillaba y las ramas de los árboles se movían en el viento.
      Pero antes que Sam pudiera decir qué estaba viendo, la luz se desvaneció; y en
      seguida creyó ver a Frodo, de cara pálida, durmiendo al pie de un risco grande y
      oscuro. Luego le pareció que se veía a sí mismo yendo por un pasillo tenebroso y
      subiendo por una interminable escalera de caracol. Se le ocurrió de pronto que
      estaba buscando algo con urgencia, pero no podía saber qué. Como un sueño la
      visión  cambió  y  volvió  atrás  y  mostró  de  nuevo  los  árboles.  Pero  esta  vez  no
      estaban tan cerca y Sam pudo ver lo que ocurría: no oscilaban en el viento, caían
      ruidosamente al suelo.
        —¡Eh!  —gritó  Sam  indignado—.  Ahí  está  ese  Ted  Arenas  derribando  los
      árboles que no tendría que derribar. Son los árboles de la avenida que está más
      allá del Molino y que dan sombra al camino de Delagua. Si tuviera a ese Ted a
      mano, ¡lo derribaría a él!
        Pero ahora Sam notó que el Viejo Molino había desaparecido y que estaban
      levantando allí un gran edificio de ladrillos rojos. Había mucha gente trabajando.
      Una  chimenea  alta  y  roja  se  erguía  muy  cerca.  Un  humo  negro  nubló  la
      superficie del espejo.
        —Hay algo malo que opera en la Comarca —dijo—. Elrond lo sabía bien
      cuando quiso mandar de vuelta al señor Merry. —De pronto Sam dio un grito y
      saltó hacia atrás—.No puedo quedarme aquí —gritó desesperado—. Tengo que
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