Page 399 - El Señor de los Anillos
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una voz de trompeta, una antorcha encendida,
un peregrino fatigado.
Señor de sabiduría entronizado,
de cólera viva y de rápida risa;
un viejo de gastado sombrero
que se apoya en una vara espinosa.
Estuvo solo sobre el puente
desafiando al Fuego y la Sombra;
la vara se le quebró en la piedra,
y su sabiduría murió en Khazad-dûm.
—¡Bueno, pronto derrotará al señor Bilbo! —dijo Sam.
—No, temo que no —dijo Frodo—, pero no soy capaz de nada mejor.
—En todo caso, señor Frodo, si un día tiene ganas de componer algo más,
espero que diga una palabra de los fuegos de artificio. Algo así:
Los más hermosos fuegos nunca vistos:
estallaban en estrellas azules y verdes,
y después de los truenos un rocío de oro
caía como una lluvia de flores.
» Aunque esto no le hace justicia, lejos de eso.
—No, te lo dejo a ti, Sam. O quizás a Bilbo. Pero… bueno, no puedo seguir
hablando. No soporto la idea de darle la noticia a Bilbo.
Una tarde Frodo y Sam se paseaban al aire fresco del crepúsculo. Los dos se
sentían de nuevo inquietos. La sombra de la partida había caído de pronto sobre
Frodo; sabía de algún modo que no faltaba mucho tiempo para que tuvieran que
dejar Lothlórien.
—¿Qué piensas ahora de los elfos, Sam? —dijo—. Ya una vez te hice esta
pregunta, hace tanto tiempo, parece; pero los has visto mucho más desde
entonces.
—¡Muy cierto! —dijo Sam—. Y yo diría que hay elfos y elfos. Todos son
bastante élficos, pero no iguales. Estos de aquí por ejemplo no son gente errante o
sin hogar y se parecen más a nosotros; parecen pertenecer a este sitio, más aún
que los hobbits a la Comarca. No sé si hicieron el país o si el país los hizo a ellos,
es difícil decirlo, si usted me entiende. Hay una tranquilidad maravillosa aquí. Se
diría que no pasa nada y que nadie quiere que pase. Si se trata de alguna magia
está muy escondida, en algún sitio que no puedo tocar con las manos, por así
decir.
—Puedes sentirla y verla en todas partes —dijo Frodo.