Page 412 - El Señor de los Anillos
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meridional de la colina y llegaron así de nuevo a la puerta iluminada por faroles
      y  al  puente  blanco;  y  por  allí  salieron  dejando  la  ciudad  de  los  elfos.  Casi  en
      seguida abandonaron la ruta empedrada y tomaron un sendero que se internaba
      en  un  bosque  espeso  de  mallorn  y  avanzaron  serpenteando  entre  bosques
      ondulantes de sombras de plata, descendiendo siempre al sur y al este hacia las
      orillas del Río.
        Habían recorrido ya unas diez millas y el mediodía estaba próximo cuando
      llegaron a una alta pared verde. Pasaron por una abertura y se encontraron fuera
      de la zona de árboles. Ante ellos se extendía un prado largo de hierba brillante,
      salpicado de elanor doradas que brillaban al sol. El prado concluía en una lengua
      estrecha entre márgenes relucientes: a la derecha y al oeste corría centelleando
      el Cauce de Plata; a la izquierda y al este bajaban las aguas amplias, profundas y
      oscuras del Río Grande. En las orillas opuestas los bosques proseguían hacia el sur
      hasta  perderse  de  vista,  pero  las  orillas  mismas  estaban  desiertas  y  desnudas.
      Ningún mallorn alzaba sus ramas doradas más allá del País de Lórien.
        En  las  márgenes  del  Cauce  de  Plata,  a  cierta  distancia  de  donde  se
      encontraban las corrientes, había un embarcadero de piedras blancas y maderos
      blancos, y amarrados allí numerosos botes y barcas. Algunos estaban pintados
      con colores muy brillantes, plata y oro y verde, pero casi todos eran blancos o
      grises. Tres pequeñas barcas grises habían sido preparadas para los viajeros y los
      elfos cargaron en ellas los paquetes de ropa y comida. Y añadieron además unos
      rollos  de  cuerda,  tres  por  cada  barca.  Las  cuerdas  parecían  delgadas  pero
      fuertes, sedosas al tacto, grises como los mantos de los elfos.
        —¿Qué es esto? —preguntó Sam tocando un rollo que yacía sobre la hierba.
        —¡Cuerdas,  por  supuesto!  —respondió  un  elfo  desde  las  barcas—.  ¡Nunca
      vayas lejos sin una cuerda! Una cuerda larga, fuerte y liviana, puede ser una
      buena ayuda en muchas ocasiones.
        —¡Que me lo digan a mí! —exclamó Sam—. No traje ninguna y he estado
      preocupado desde entonces. Pero me preguntaba qué material es éste, pues algo
      sé de confección de cuerdas: está en la familia, por así decirlo.
        —Son  cuerdas  de  hithlain  —dijo  el  elfo—;  pero  no  hay  tiempo  ahora  de
      instruirte  en  el  arte  de  fabricar  cuerdas.  Si  hubiéramos  sabido  de  tu  interés,
      podríamos haberte enseñado muchas cosas. Pero ahora, ay, a menos que un día
      vuelvas aquí, tendrás que contentarte con nuestro regalo. ¡Que te sea útil!
        —¡Vamos! —dijo Haldir—. Está todo listo. ¡Embarcad! ¡Pero tened cuidado
      al principio!
        —¡No  olvidéis  este  consejo!  —dijeron  los  otros  elfos—.  Estas  son
      embarcaciones livianas y distintas de las de otras gentes. No se hundirán, aunque
      las carguéis demasiado, pero no son fáciles de manejar. Deberíais acostumbraros
      a subir y a bajar, aprovechando que hay aquí un embarcadero, antes de lanzaros
      aguas abajo.
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