Page 417 - El Señor de los Anillos
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—No deseo nada, Dama Galadriel —dijo Gimli inclinándose y balbuciendo
      —. Nada, a menos que… a menos que se me permita pedir, qué digo, nombrar
      uno solo de vuestros cabellos, que supera al oro de la tierra así como las estrellas
      superan a las gemas de las minas. No pido ese regalo, pero me ordenasteis que
      nombrara mi deseo.
        Los  elfos  se  agitaron  y  murmuraron  estupefactos,  y  Celeborn  miró  con
      asombro a Gimli, pero la Dama sonreía.
        —Se dice que los enanos son más hábiles con las manos que con la lengua —
      dijo—, pero esto no se aplica a Gimli. Pues nadie me ha hecho nunca un pedido
      tan audaz y sin embargo tan cortés. ¿Y cómo podría rehusarme si yo misma le
      ordené que hablara? Pero dime, ¿qué harás con un regalo semejante?
        —Atesorarlo, Señora —respondió Gimli—, en recuerdo de lo que me dijisteis
      en nuestro primer encuentro. Y si vuelvo alguna vez a las forjas de mi país, lo
      guardaré en un cristal imperecedero como tesoro de mi casa y como prenda de
      buena voluntad entre la Montaña y el Bosque hasta el fin de los días.
        La  Dama  se  soltó  entonces  una  de  las  largas  trenzas,  cortó  tres  cabellos
      dorados y los puso en la mano de Gimli.
        —Estas palabras acompañan al regalo —dijo—. No profetizo nada, pues toda
      profecía  es  vana  ahora;  de  un  lado  hay  oscuridad  y  del  otro  nada  más  que
      esperanza. Si la esperanza no falla, yo te digo, Gimli hijo de Glóin, que el oro te
      desbordará en las manos, y sin embargo no tendrá ningún poder sobre ti.
        » Y tú, Portador del Anillo —dijo la Dama, volviéndose a Frodo—; llego a ti
      en  último  término,  aunque  en  mis  pensamientos  no  eres  el  último.  Para  ti  he
      preparado  esto.  —Alzó  un  frasquito  de  cristal,  que  centelleaba  cuando  ella  lo
      movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano—. En este frasco —dijo ella—
      he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi
      fuente. Brillará más en la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros,
      cuando  todas  las  otras  luces  se  hayan  extinguido.  ¡Recuerda  a  Galadriel  y  el
      espejo!
        Frodo tomó el frasco y la luz brilló un instante entre ellos y él la vio de nuevo
      erguida como una reina, grande y hermosa, pero ya no terrible. Se inclinó, sin
      saber qué decir.
      La Dama se puso entonces de pie y Celeborn los guió de vuelta al muelle. La luz
      amarilla del mediodía se extendía sobre la hierba verde de la Lengua y en el
      agua había reflejos plateados. Todo estaba listo al fin. La Compañía ocupó los
      puestos de antes en las barcas. Mientras gritaban adiós, los elfos de Lórien los
      empujaron con las largas varas grises a la corriente del río y las aguas ondulantes
      los  llevaron  lentamente.  Los  viajeros  estaban  sentados  y  no  hablaban  ni  se
      movían. De pie sobre la hierba verde, en la punta misma de la Lengua, la figura
      de la Dama Galadriel se erguía solitaria y silenciosa. Cuando pasaron ante ella
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