Page 421 - El Señor de los Anillos
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                       El Río Grande
      S am despertó a Frodo. Frodo vio que estaba tendido, bien arropado, bajo unos
      árboles  altos  de  corteza  gris  en  un  rincón  tranquilo  del  bosque,  en  la  margen
      occidental del Río Grande, el Anduin. Había dormido toda la noche, y el gris del
      alba asomaba apenas entre las ramas desnudas. Gimli estaba allí cerca, cuidando
      de un pequeño fuego.
        Partieron otra vez antes que aclarara del todo. No porque la mayoría de los
      viajeros tuviera prisa en llegar al sur: estaban contentos de poder esperar algunos
      días antes de tomar una decisión, la que sería inevitable cuando llegaran a Rauros
      y a la Isla de Escarpa; y se dejaron llevar por las aguas del río, pues no tenían
      ningún deseo de correr hacia los peligros que les esperaban más allá, cualquiera
      fuese el curso que tomaran. Aragorn dejaba que se desplazaran según criterio de
      cada  uno,  ahorrando  fuerzas  para  las  fatigas  que  vendrían  luego.  Insistía,  sin
      embargo,  en  la  necesidad  de  iniciar  la  jornada  temprano,  todos  los  días,  y  de
      prolongarla  hasta  bien  caída  la  tarde,  pues  le  decía  el  corazón  que  el  tiempo
      apretaba y no creía que el Señor Oscuro se hubiese quedado cruzado de brazos
      mientras ellos se retrasaban en Lórien.
        Ese  día  al  menos  no  vieron  ninguna  señal  del  enemigo  y  tampoco  al  día
      siguiente. Pasaban las horas, grises y monótonas, y no ocurría nada. En el tercer
      día de viaje el paisaje fue cambiando poco a poco: ralearon los árboles y al fin
      desaparecieron  del  todo.  Sobre  la  orilla  oriental,  a  la  izquierda,  unas  lomas
      alargadas  subían  aseándose;  parecían  resecas  y  quemadas,  como  si  un  fuego
      hubiese pasado sobre ellas y no hubiera dejado con vida ni una sola hoja verde:
      era una región hostil donde no había ni siquiera un árbol quebrado o una piedra
      desnuda que aliviaran aquella desolación. Habían llegado a las Tierras Pardas,
      una región vasta y abandonada que se extiende entre el Bosque Negro del Sur y
      las colinas de Emyn Muil. Ni siquiera Aragorn sabía qué pestilencia, qué guerra o
      qué mala acción del enemigo había devastado de ese modo toda la región.
        Hacia el oeste y a la derecha el terreno era también sin árboles, pero llano y
      verde en muchos sitios con amplios prados de hierba. De este lado del río crecían
      florestas  de  juncos,  tan  altos  que  ocultaban  todo  el  oeste,  y  los  botes  pasaban
      rozando  aquellas  márgenes  oscilantes.  Los  plumajes  sombríos  y  resecos  se
      inclinaban  y  alzaban  con  un  susurro  blando  y  triste  en  el  leve  aire  fresco.  De
      cuando  en  cuando  Frodo  alcanzaba  a  ver  brevemente  entre  los  juncos  unos
      terrenos  ondulados  y  mucho  más  allá  unas  colinas  envueltas  en  la  luz  del
      crepúsculo y sobre el horizonte una línea oscura: las estribaciones meridionales
      de las Montañas Nubladas.
        No habían encontrado hasta entonces ninguna criatura, excepto pájaros. Los
      pequeños  volátiles  silbaban  y  piaban  entre  los  juncos,  pero  se  los  veía  muy
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