Page 425 - El Señor de los Anillos
P. 425
blanquecina asomó pálidamente y se aferró a la borda; dos ojos claros brillaron
fríamente como linternas mientras miraban dentro del bote y luego se alzaron
posándose en Frodo. No se encontraban a más de unos dos metros de distancia y
Frodo alcanzó a oír que la criatura tomaba aliento, siseando. Se incorporó,
sacando a Dardo de la vaina y se enfrentó a los ojos. La luz se extinguió en
seguida. Se oyó otro siseo y un chapoteo y la oscura forma de leño se precipitó
aguas abajo en la noche. Aragorn se movió en sueños, dio media vuelta y se
sentó.
—¿Qué pasa? —murmuró, incorporándose de un salto y acercándose a Frodo
—. Sentí algo en sueños. ¿Por qué sacaste la espada?
—Gollum —respondió Frodo—, o al menos así me pareció.
—¡Ah! —dijo Aragorn—. ¿Así que conoces a nuestro pequeño salteador de
caminos? Vino detrás de nosotros mientras cruzábamos Moria y bajó hasta
Nimrodel. Desde que tomamos los botes nos sigue tendido de bruces sobre un
leño y remando con pies y manos. Traté de atraparlo una o dos veces de noche,
pero es más astuto que un zorro y resbaladizo como un pez. Yo esperaba que el
viaje por el río acabaría con él, pero es una criatura acostumbrada al agua y
demasiado hábil.
» Trataremos de ir más rápido mañana. Acuéstate ahora y yo montaré
guardia el resto de la noche. Ojalá pudiera echarle las manos encima a ese
desgraciado. Quizá lográramos que nos fuera útil. Pero si no lo atrapo, sería
mejor perderlo de vista. Es muy peligroso. Además de intentar atacarnos de
noche por su propia cuenta, podría guiar hacia nosotros a cualquier enemigo.
Pasó la noche sin que Gollum mostrara ni siquiera una sombra. Desde
entonces la Compañía estuvo alerta y vigilante, pero en el resto del viaje no
vieron más a Gollum. Si todavía los seguía, era muy cuidadoso y sagaz. Aragorn
había aconsejado que remaran durante largos períodos y las orillas desfilaban
rápidamente. Pero veían poco de la región, pues viajaban sobre todo de noche y
a la luz del crepúsculo, descansando de día, tan ocultos como lo permitía el
terreno. El tiempo pasa sin ningún incidente hasta el séptimo día.
El cielo estaba todavía gris y nublado y un viento soplaba del este, pero a
medida que la tarde se mudaba en noche, unos claros de luz débil, amarilla y
verde, se abrieron bajo los bancos de nubes grises. La forma blanca de la luna
nueva se reflejaba en los lagos lejanos. Sam la miró, frunciendo el ceño.
Al día siguiente el paisaje empezó a cambiar con rapidez a ambos lados. Las
orillas se levantaron y se hicieron pedregosas. Pronto se encontraron cruzando un
terreno accidentado y rocoso y las costas eran unas pendientes abruptas cubiertas
de matas espinosas y endrinos, confundidos con zarzas y plantas trepadoras.
Detrás había unos acantilados bajos y desmoronados a medias y chimeneas de
una carcomida piedra gris, cubiertas por una hiedra oscura, y aún más allá se
alzaban unas cimas coronadas de abetos retorcidos por el viento. Estaban