Page 427 - El Señor de los Anillos
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los rápidos de noche! Pero no hay bote que resista en Sarn Gebir, de noche o de
día.
—¡Atrás! ¡Atrás! —gritó Aragorn—. ¡Virad! ¡Virad si podéis!
Hundió la pala en el agua tratando de detener la barca y de hacerla girar.
—Me he equivocado —le dijo a Frodo—. No sabía que habíamos llegado tan
lejos. El Anduin fluye más rápido de lo que pensaba. Sarn Gebir tiene que estar
ya al alcance de la mano.
Luego de muchos esfuerzos lograron dominar los botes, haciéndolos girar en
redondo, pero al principio el agua no los dejaba avanzar y cada vez estaban más
cerca de la orilla del este, que ahora se levantaba negra y siniestra en la noche.
—¡Todos juntos, rememos! —gritó Boromir—. ¡Rememos! O el agua nos
arrastrará a los bajíos.
Se oía aún la voz de Boromir cuando Frodo sintió que la quilla rozaba el fondo
rocoso.
En ese momento se oyó el ruido seco de unos arcos: algunas flechas pasaron
por encima de ellos y otras cayeron en las barcas. Una alcanzó a Frodo entre los
hombros; Frodo vaciló y cayó adelante, gritando y soltando la pala; pero la
flecha rebotó en la malla escondida. Otra le atravesó la capucha a Aragorn y una
tercera se clavó en la borda del segundo bote, cerca de la mano de Merry. Sam
creyó ver unas figuras negras corriendo a lo largo de las playas pedregosas de la
orilla oriental. Le pareció que estaban muy cerca.
—Yrch! —dijo Legolas, volviendo involuntariamente a su propia lengua.
—¡Orcos! —gritó Gimli.
—Obra de Gollum, apuesto la cabeza —le dijo Sam a Frodo—. Y qué buen
lugar eligieron. El río parece decidido a ponernos directamente en manos de esas
bestias.
Todos se doblaron hacia adelante trabajando con las palas; hasta Sam dio una
mano. Pensaban que en cualquier momento sentirían la mordedura de las flechas
de penachos negros. Muchas les pasaban por encima, silbando; otras caían en el
agua cercana; pero ninguna los alcanzó. La noche era oscura, no demasiado
oscura para los ojos de los orcos, y a la luz de las estrellas los viajeros debían de
ser un buen blanco para aquellos astutos enemigos, aunque era posible que los
mantos grises de Lórien y la madera gris de las barcas élficas desconcertaran a
los maliciosos arqueros de Mordor.
La compañía no soltaba las palas. En la oscuridad era difícil afirmar que
estuvieran moviéndose de veras, pero los remolinos de agua fueron apagándose
poco a poco y la sombra de la orilla oriental retrocedió en la noche. Al fin, les
pareció, habían llegado de nuevo al medio del río y habían alejado las
embarcaciones de aquellas rocas afiladas. Dando entonces media vuelta,