Page 419 - El Señor de los Anillos
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Hechicera, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha
      alzado las manos como nubes, y todos los caminos se han ahogado en sombras y
      la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende sobre las olas espumosas
      que nos separan, y la niebla cubre para siempre las joyas de Calacirya. Ahora se
      ha perdido, ¡perdido para aquellos del Este, Valimar! ¡Adiós! Quizás encuentres a
      Valimar. Quizá tú lo encuentres. ¡Adiós!»  Varda es el nombre de la Dama que
      los elfos de estas tierras de exilio llaman Elbereth.
      De  pronto  el  río  describió  una  curva  y  las  orillas  se  elevaron  a  los  lados,
      ocultando la luz de Lórien. Frodo no vería nunca más aquel hermoso país.
        Los viajeros volvieron la cabeza y miraron adelante: el sol se levantaba ante
      ellos, encegueciéndolos, y todos tenían lágrimas en los ojos. Gimli sollozaba.
        —Mi última mirada ha sido para aquello que era más hermoso —le dijo a su
      compañero Legolas—. De aquí en adelante a nada llamaré hermoso si no es un
      regalo de ella.
        Se llevó la mano al pecho.
        —Dime, Legolas —continuó—, ¿cómo me he incorporado a esta misión? ¡Yo
      ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! Elrond decía la verdad cuando
      anunciaba  que  no  podíamos  prever  lo  que  encontraríamos  en  el  camino.  El
      peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad y eso no me retuvo. Pero si
      hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor
      herida la he recibido en esta separación, aunque cayera hoy mismo en manos
      del Señor Oscuro. ¡Ay de Gimli hijo de Glóin!
        —¡No!  —dijo  Legolas—.  ¡Ay  de  todos  nosotros!  Y  de  todos  aquellos  que
      recorran  el  mundo  en  los  días  próximos.  Pues  tal  es  el  orden  de  las  cosas:
      encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las
      aguas. Pero te considero una criatura feliz, Gimli hijo de Glóin, pues tú mismo
      has decidido sufrir esa pérdida, ya que hubieras podido elegir de otro modo. Pero
      no has olvidado a tus compañeros, y como última recompensa el recuerdo de
      Lothlórien  no  se  te  borrará  del  corazón  y  será  siempre  claro  y  sin  mancha  y
      nunca empalidecerá ni se echará a perder.
        —Quizá —dijo Gimli— y gracias por tus palabras. Palabras verdaderas sin
      duda, pero esos consuelos no me reconfortan. Lo que el corazón desea no son
      recuerdos. Eso es sólo un espejo, aunque sea tan claro como Kheled-zâram. O al
      menos eso es lo que dice el corazón de Gimli el enano. Quizá los elfos vean las
      cosas de otro modo. En verdad he oído que para ellos la memoria se parece al
      mundo de la vigilia más que al de los sueños. No es así para los enanos.
        » Pero dejemos el tema. ¡Mira la barca! Está muy hundida en el agua con
      tanto peso y el Río Grande es rápido. No tengo ganas de ahogar las penas en agua
      fría.
        Gimli  tomó  una  pala  y  guió  el  bote  hacia  la  orilla  occidental,  siguiendo  la
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