Page 518 - El Señor de los Anillos
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con Saruman.
        —¿Quién es Saruman? —le preguntó Pippin—. ¿Sabes algo de él?
        —Saruman es un mago —dijo Bárbol—. Más no podría decir. No sé nada de
      la  historia  de  los  magos.  Aparecieron  por  vez  primera  poco  después  que  las
      Grandes  Naves  llegaran  por  el  Mar;  pero  ignoro  si  vinieron  con  los  barcos.
      Saruman era reconocido como uno de los grandes, creo. Un día, hace tiempo,
      vosotros diríais que hace mucho tiempo, dejó de ir de aquí para allá y de meterse
      en los asuntos de los hombres y los elfos y se instaló en Angrenost, o Isengard
      como lo llaman los Hombres de Rohan. Se quedó muy tranquilo al principio, pero
      fue  haciéndose  cada  vez  más  famoso.  Fue  elegido  como  cabeza  del  Concilio
      Blanco, dicen; pero el resultado no fue de los mejores. Me pregunto ahora si ya
      entonces  Saruman  no  estaba  volviéndose  hacia  el  mal.  Pero  en  todo  caso  no
      molestaba  demasiado  a  los  vecinos.  Yo  acostumbraba  hablar  con  él.  Hubo  un
      tiempo en que se paseaba siempre por mis bosques. Era cortés en ese entonces,
      siempre pidiéndome permiso (al menos cuando tropezaba conmigo) y siempre
      dispuesto a escuchar. Le dije muchas cosas que él nunca hubiera descubierto por
      sí mismo; pero nunca me lo retribuyó. No recuerdo que llegara a decirme algo.
      Y así fue transformándose día a día. La cara, tal como yo la recuerdo, y no lo
      veo desde hace mucho, se parecía al fin a una ventana en un muro de piedra: una
      ventana con todos los postigos bien cerrados.
        » Creo entender ahora en qué anda. Está planeando convertirse en un Poder.
      Tiene  una  mente  de  metal  y  ruedas  y  no  le  preocupan  las  cosas  que  crecen,
      excepto cuando puede utilizarlas en el momento. Y ahora está claro que es un
      malvado traidor. Se ha mezclado con criaturas inmundas, los orcos. ¡Brm, hum!
      Peor que eso: ha estado haciéndoles algo a esos orcos, algo peligroso. Pues esos
      Isengardos se parecen sobre todo a hombres de mala entraña. Como otra señal
      de las maldades que sobrevinieron junto con la Gran Oscuridad, los orcos nunca
      toleraron  la  luz  del  sol;  pero  estas  criaturas  de  Saruman  pueden  soportarla,
      aunque la odien. Me pregunto qué les ha hecho. ¿Son hombres que Saruman ha
      arruinado,  o  ha  mezclado  las  razas  de  los  Hombres  y  los  Orcos?  ¡Qué  negra
      perversidad!
        Bárbol  rezongó  un  momento,  como  si  estuviera  recitando  una  negra  y
      profunda maldición éntica.
        —Hace  un  tiempo  me  sorprendió  que  los  orcos  se  atreviesen  a  pasar  con
      tanta  libertad  por  mis  bosques  —continuó—.  Sólo  últimamente  empecé  a
      sospechar  que  todo  era  obra  de  Saruman  y  que  había  estado  espiando  mis
      caminos y descubriendo mis secretos. Él y esas gentes inmundas hacen estragos
      ahora,  derribando  árboles  allá  en  la  frontera,  buenos  árboles.  Algunos  de  los
      árboles los cortan simplemente y dejan que se pudran; maldad propia de un orco,
      pero  otros  los  desbrozan  y  los  llevan  a  alimentar  las  hogueras  de  Orthanc.
      Siempre hay un humo que brota en Isengard en estos días.
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