Page 514 - El Señor de los Anillos
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Bárbol calló, caminando en largas zancadas, y sin embargo casi sin hacer
ruido. Luego zumbó de nuevo entre dientes y pronto el zumbido pasó a ser un
canturreo. Poco a poco los hobbits fueron cayendo en la cuenta de que estaba
cantando para ellos.
En los sauzales de Tasarinan yo me paseaba en primavera.
¡Ah, los colores y el aroma de la primavera en Nantasarion!
Y yo dije que aquello era bueno.
Recorrí en el verano los olmedos de Ossiriand.
¡Ah, la luz y la música en el verano junto a los Siete Ríos de Ossir!
Y yo pensé que aquello era mejor.
A los hayales de Neldoreth vine en el otoño.
¡Ah, el oro y el rojo y el susurro de las hojas en el otoño de Taur-na-neldor!
Yo no había deseado tanto.
A los pinares de la meseta de Dorthnion subí en el invierno.
¡Ah, el viento y la blancura y las ramas negras del invierno en Orod-na-
Thón!
Mi voz subió y cantó en el cielo.
Y todas aquellas tierras yacen ahora bajo las olas,
y caminé por Ambarona, y Taremorna, y Aldalóme,
y por mis propias tierras, el país de Fangorn, donde las raíces son largas.
Y los años se amontonan más que las hojas en Tauremomalómé.
Bárbol dejó de cantar y caminó a grandes pasos y en silencio y en todo el
bosque, hasta donde alcanzaba el oído, no se oía nada.
El día menguó y el crepúsculo abrazó los troncos de los árboles. Al fin los hobbits
vieron una tierra abrupta y oscura que se alzaba borrosamente ante ellos: habían
llegado a los pies de las montañas y a las verdes raíces del elevado Methedras. Al
pie de la ladera el joven Entaguas, saltando desde los manantiales de allá arriba,
escalón tras escalón, corría ruidosamente hacia ellos. A la derecha del río había
una pendiente larga, recubierta de hierba, ahora gris a la luz del crepúsculo. No
crecía allí ningún árbol y la pendiente se abría al cielo: las estrellas ya brillaban
en lagos entre costas de nubes.
Bárbol trepó por la loma, aflojando apenas el paso. De pronto los hobbits
vieron ante ellos una amplia abertura. Dos grandes árboles se erguían allí, uno a
cada lado, como montantes vivientes de una puerta, pero no había otra puerta que
las ramas que se entrecruzaban y entretejían. Cuando el viejo ent se acercó, los
árboles levantaron las ramas y las hojas se estremecieron y susurraron. Pues