Page 625 - El Señor de los Anillos
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penetrar.
» Tan pronto como Saruman hubo despachado a toda la tropa, nos llegó el
turno. Bárbol nos puso en el suelo y subió hasta las arcadas y golpeó las puertas
llamando a gritos a Saruman. No hubo respuesta, excepto flechas y piedras desde
las murallas. Pero las flechas son inútiles contra los ents. Los hieren, por supuesto,
y los enfurecen: como picaduras de mosquitos. Pero un ent puede estar todo
atravesado de flechas de orcos, como si fuera un alfiletero, sin que esto le cause
verdadero daño. Para empezar, no pueden envenenarlos; y parecen tener una
piel tan dura y resistente como la corteza de los árboles. Hace falta un pesado
golpe de hacha para herirlos gravemente. No les gustan las hachas. Pero se
necesitarían muchos hacheros para herir a un solo ent. Un hombre que ataca a un
ent con un hacha nunca tiene la oportunidad de asestarle un segundo golpe. Un
solo puñetazo de un ent dobla el hierro como si fuese una lata.
» Cuando Bárbol tuvo clavadas unas cuantas flechas, empezó a entrar en
calor, a sentir "prisa", como diría él. Emitió un prolongado hum-hom y unos doce
ents acudieron a grandes trancos. Un ent encolerizado es aterrador. Se aferra a
las rocas con los dedos de las manos y los pies y las desmenuza como migajas de
pan. Era como presenciar el trabajo de unas grandes raíces de árboles en
centenares de años, todo condensado en unos pocos minutos.
« Empujaron, tironearon, arrancaron, sacudieron y martillaron; y clac-bum-
cras-crac, en cinco minutos convirtieron en ruinas aquellas puertas enormes; y
algunos comenzaban ya a roer los muros, como conejos en un arenal. No sé qué
pensó Saruman entonces; en todo caso no supo qué hacer. Es posible, por
supuesto, que sus poderes mágicos hayan menguado en los últimos tiempos; pero
de todos modos creo que no tiene muchas agallas, ni mucho coraje cuando se
encuentra a solas en un sitio cerrado sin esclavos y máquinas y cosas, si
entendéis lo que quiero decir. Muy distinto del viejo Gandalf. Me pregunto si su
fama no procede ante todo de la astucia con que supo instalarse en Isengard.
—No —dijo Aragorn—. En otros tiempos la fama de Saruman era justa: una
profunda sabiduría, pensamientos sutiles y manos maravillosamente hábiles; y
tenía poder sobre las mentes de los otros. Sabía persuadir a los sabios e intimidar
a la gente común. Y ese poder lo conserva aún sin duda alguna. No hay muchos
en la Tierra Media en quienes yo confiaría, si se los dejara conversar un rato a
solas con Saruman, aun luego de esta derrota. Gandalf, Elrond y Galadriel, tal
vez, ahora que la maldad de Saruman ha sido puesta al desnudo, pero no muchos
otros.
—Los ents están a salvo —dijo Pippin—. Parece que los embaucó una vez,
pero nunca más. Y de todos modos no los comprendió; y cometió el gran error
de no tenerlos en cuenta. No los había incluido en ningún plan y cuando los ents
entraron en acción ya no era tiempo de hacer planes. Tan pronto como iniciamos
nuestro ataque, las pocas ratas que aún quedaban en Isengard huyeron