Page 626 - El Señor de los Anillos
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precipitadas a través de las brechas que habían abierto los ents. A los hombres, las
      dos o tres docenas que habían permanecido aquí, los dejaron marcharse, luego
      de  interrogarlos.  No  creo  que  hayan  escapado  muchos  orcos,  de  una  u  otra
      especie.  No  de  los  ucornos:  para  entonces  había  ya  todo  un  bosque  de  ellos
      alrededor de Isengard, además de los que habían bajado al valle.
        « Cuando los ents hubieron reducido a polvo la mayor parte de las murallas
      que  miraban  al  sur,  Saruman,  abandonado  por  sus  últimos  servidores,  trató  de
      escapar,  aterrorizado.  Parece  que  cuando  llegamos  estaba  junto  a  las  puertas;
      supongo  que  había  salido  a  observar  la  partida  de  aquel  espléndido  ejército.
      Cuando  los  ents  forzaron  la  entrada,  huyó  a  toda  prisa.  En  un  principio  nadie
      reparó en él. Pero la noche era clara entonces, a la luz de las estrellas, y los ents
      alcanzaban  a  ver  los  alrededores,  y  de  pronto  Ramaviva  lanzó  un  grito:  "¡El
      asesino de árboles, el asesino de árboles!" Ramaviva es una criatura muy dulce,
      pero  eso  no  impide  que  odie  con  ferocidad  a  Saruman:  los  suyos  sufrieron
      cruelmente bajo las hachas de los orcos. Se precipitó al sendero que parte de la
      puerta interior, y es veloz como el viento cuando monta en cólera. Una figura
      pálida se alejaba, presurosa, apareciendo y desapareciendo entre las sombras de
      las columnas, y había llegado casi a la escalera que conduce a la puerta de la
      torre. Pero fue cosa de un momento. Ramaviva lo perseguía con una furia tal,
      que  estuvo  a  un  paso  de  atraparlo  y  estrangularlo  cuando  Saruman  logró
      escabullirse por la puerta.
        » Una vez de regreso en Orthanc, sano y salvo, Saruman no tardó en poner en
      funcionamiento una de sus preciosas máquinas. Ya entonces muchos ents habían
      entrado  en  Isengard:  algunos  habían  seguido  a  Ramaviva  y  otros  habían
      irrumpido  desde  el  norte  y  el  este;  iban  de  un  lado  a  otro  causando  grandes
      destrozos.  De  pronto,  empezaron  a  brotar  llamaradas  y  humaredas
      nauseabundas:  los  respiraderos  y  los  pozos  vomitaron  y  eructaron  por  toda  la
      llanura. Varios de los ents sufrieron quemaduras y se cubrieron de ampollas. Uno
      de ellos, Hayala creo que se llamaba, un ent muy alto y apuesto, quedó atrapado
      bajo  una  lluvia  de  fuego  líquido  y  se  consumió  como  una  antorcha:  un
      espectáculo horroroso.
        » Esto los enfureció. Yo pensaba que habían estado realmente enojados ya
      antes, pero me había equivocado. Sólo en ese momento conocí al fin la furia de
      los  ents.  Era  asombroso.  Rugían  y  bramaban  y  aullaban  de  tal  modo  que  las
      piedras  se  resquebrajaban  y  caían.  Merry  y  yo,  echados  en  el  suelo,  nos
      tapábamos los oídos con las capas. Los ents daban vueltas y vueltas alrededor del
      peñasco de Orthanc, feroces y violentos como una tempestad, despedazando las
      columnas, arrojando avalanchas de piedras a los fosos, lanzando al aire enormes
      bloques de roca como si fuesen hojas. La torre estaba en el centro mismo de un
      ciclón. Vi los pilares de hierro y los bloques de mampostería volar como cohetes
      a centenares de pies, para ir a estrellarse contra las ventanas de Orthanc. Pero
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