Page 635 - El Señor de los Anillos
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que así consigamos que salga.
        —¿Cuál es el peligro? —preguntó Pippin—. ¿Que nos acribille a flechazos y
      arroje fuego por las ventanas, o acaso puede obrar un sortilegio desde lejos?
        —La  última  hipótesis  es  la  más  verosímil,  si  llegáis  a  sus  puertas
      desprevenidos  —dijo  Gandalf—.  Pero  nadie  puede  saber  lo  que  es  capaz  de
      hacer,  o  de  intentar.  Una  bestia  salvaje  acorralada  siempre  es  peligrosa.  Y
      Saruman tiene poderes que ni siquiera sospecháis. ¡Cuidaos de su voz!
      Llegaron a los pies de Orthanc. La roca negra relucía como si estuviese mojada.
      Las aristas de las facetas eran afiladas y parecían talladas hacía poco. Algunos
      arañazos  y  esquirlas  pequeñas  como  escamas  junto  a  la  base  eran  los  únicos
      rastros visibles de la furia de los ents.
        En la cara oriental, en el ángulo formado por dos pilastras, se abría una gran
      puerta,  muy  alta  sobre  el  nivel  del  suelo;  y  más  arriba  una  ventana  con  los
      postigos cerrados, que daba a un balcón cercado por una balaustrada de hierro.
      Una  ancha  escalera  de  veintisiete  escalones,  tallada  por  algún  artífice
      desconocido en la misma piedra negra, conducía al umbral. Aquella era la única
      entrada a la torre; pero muchas troneras de antepecho profundo se abrían en los
      muros  casi  verticales,  y  espiaban,  como  ojos  diminutos,  desde  lo  alto  de  las
      escarpadas paredes.
        Al pie de la escalera Gandalf y el rey se apearon de las cabalgaduras.
        —Yo  subiré  —dijo  Gandalf—.  Ya  he  estado  otras  veces  en  Orthanc  y
      conozco los peligros que corro.
        —Y  yo  subiré  contigo  —dijo  el  rey—.  Soy  viejo  y  ya  no  temo  a  ningún
      peligro. Quiero hablar con el enemigo que tanto mal me ha hecho. Eomer me
      acompañará y cuidará de que mis viejos pies no vacilen.
        —Como quieras —dijo Gandalf—. Aragorn irá conmigo. Que los otros nos
      esperen al pie de la escalinata. Oirán y verán lo suficiente, si hay algo que ver y
      oír.
        —¡No!  —protestó  Gimli—.  Legolas  y  yo  queremos  ver  las  cosas  más  de
      cerca.
        —¡Venid  entonces!  —dijo  Gandalf,  y  al  decir  esto  empezó  a  subir,  con
      Théoden al lado.
        Los  Caballeros  de  Rohan  permanecieron  inquietos  en  sus  cabalgaduras,  a
      ambos  lados  de  la  escalinata,  observando  con  miradas  sombrías  la  gran  torre,
      temerosos de lo que pudiera acontecerle a Théoden. Merry y Pippin se sentaron
      en el último escalón, sintiéndose a la vez poco importantes y poco seguros.
        —¡Media milla de fango de aquí hasta la puerta! —murmuró Pippin—. ¡Si
      pudiera  escurrirme  otra  vez  hasta  el  cuarto  de  los  guardias  sin  que  nadie  me
      viera! ¿Para qué habremos venido? Nadie nos necesita.
        Gandalf se detuvo ante la puerta de Orthanc y golpeó en ella con su vara.
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