Page 760 - El Señor de los Anillos
P. 760
mí al principio, me temo. Yo no quería que lo atasen así. Ojalá salga bien; pero
odio todo esto.
—También yo —dijo Sam—. Y nunca nada saldrá bien donde se encuentre
esa criatura abominable.
Un hombre se acercó a los hobbits, les hizo una seña y los condujo al nicho
del fondo de la caverna. Allí Faramir los esperaba sentado en su silla, y en la
hornacina la lámpara estaba encendida otra vez. Con un ademán invitó a los
hobbits a sentarse junto a él, en los taburetes.
—Traed vino para los huéspedes —dijo—. Y traedme al prisionero.
Sirvieron el vino, y un momento después entró Anborn, llevando a Gollum.
Levantándole el capuchón, lo ayudó a ponerse en pie, permaneciendo junto a él
para sostenerlo. Gollum entornó los ojos, ocultando detrás de los párpados pálidos
y pesados una mirada maligna. Chorreando agua y entumecido, y con olor a
pescado (todavía llevaba uno apretado en la mano), parecía la viva imagen de la
miseria; los cabellos ralos le colgaban como algas fétidas sobre las órbitas
huesudas, la nariz le moqueaba.
—¡Desatadnos! ¡Desatadnos! —dijo—. La cuerda nos hace daño, sí, nos
lastima, duele, y no hicimos nada.
—¿Nada? —dijo Faramir clavando en la infeliz criatura una mirada incisiva,
pero sin expresión alguna, ni de cólera, ni de piedad ni de extrañeza—. ¿Nada?
¿Nunca hiciste nada que mereciera que te atasen o castigos peores? No es a mí,
sin embargo, a quien incumbe juzgarte. Por fortuna. Pero esta noche has venido
a un lugar donde sólo venir significa la muerte. Caros se pagan los peces de este
lago.
Gollum dejó caer el pescado que tenía en la mano.
—No queremos pescado —dijo.
—El precio no está en el pescado —dijo Faramir—. Basta venir aquí y mirar
el lago para merecer la muerte. Si hasta este momento te he perdonado la vida
ha sido gracias a las súplicas del amigo Frodo, quien dice que él al menos te debe
cierta gratitud. Pero también a mí tendrás que satisfacerme. ¿Cómo te llamas?
¿De dónde vienes? ¿Y adónde vas? ¿Cuál es tu ocupación?
—Estamos perdidos —dijo Gollum—. Sin nombre, sin ocupación, sin el
Tesoro, nada. Sólo vacío. Sólo hambre; sí, tenemos hambre. Unos pocos
pescaditos, horribles pescaditos espinosos para una pobre criatura, y ellos dicen
muerte. Tan sabios son; tan justos, tan verdaderamente justos.
—No verdaderamente sabios —dijo Faramir—. Pero justos sí, tal vez: tan
justos como lo permite nuestra menguada sabiduría. ¡Desátalo, Frodo! —Faramir
sacó del cinto un cuchillo pequeño y se lo tendió a Frodo. Gollum, interpretando
mal el gesto, lanzó un chillido y se desplomó.
—¡Vamos, Sméagol! —dijo Frodo—. Tienes que confiar en mí. No te
abandonaré. Contesta con veracidad, si puedes. Te hará bien, no mal. —Cortó las