Page 758 - El Señor de los Anillos
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tiene a nadie ahora. No más Tesoro. Hombres malos lo tomarán, me robarán mi
Tesoro. Ladrones. Los odiamos. Pecesss, buenos buenos pecesss. Nos dan
fuerzas. Nos ponen los ojos brillantes y los dedos recios, sí. Estrangúlalos, tesoro.
Estrangúlalos a todos, sí, si tenemos la oportunidad. Buenos pecesss. ¡Buenos
pecesss!
Y así continuó, casi tan incesante como el agua de la cascada, interrumpido
solamente por un débil ruido de salivación y gorgoteo. Frodo se estremeció,
escuchando con piedad y repugnancia. Deseaba que se interrumpiera de una vez
y que nunca más tuviera que escuchar esa voz. Anborn, detrás de él, no estaba
lejos. Frodo podía volver arrastrándose y pedirle que los cazadores dispararan los
arcos. No les costaría mucho acercarse, mientras Gollum engullía y no estaba en
guardia. Un solo tiro certero, y Frodo se liberaría para siempre de aquella voz
miserable. Pero no, Gollum tenía ahora derechos sobre él. El sirviente adquiere
derechos sobre su amo a cambio de servirlo, aun cuando lo haga por temor. Sin
Gollum se habrían hundido en las Ciénagas de los Muertos. Y además Frodo sabía
de algún modo, y con absoluta certeza, que Gandalf hubiera defendido la vida de
Gollum.
—¡Sméagol! —llamó en voz baja.
—Pecesss, buenos pecesss —dijo la voz.
—¡Sméagol! —repitió Frodo, un poco más alto. La voz calló.
—Sméagol, el amo ha venido a buscarte. El amo está aquí. ¡Ven, Sméagol!
—No hubo respuesta, pero sí un suave silbido.
—¡Ven, Sméagol! —dijo Frodo—. Estamos en peligro. Los hombres te
matarán, si te encuentran aquí. Ven pronto, si quieres escapar a la muerte. ¡Ven
al amo!
—¡No! —dijo la voz—. Amo no bueno. Abandona al pobre Sméagol y se va
con otros amigos. Amo puede esperar. Sméagol no ha terminado.
—No hay tiempo —dijo Frodo—. Trae el pescado contigo. ¡Ven!
—¡No! Tengo que terminar el pescado.
—¡Sméagol! dijo Frodo desesperado. El Tesoro se enfadará. Sacaré el Tesoro
y le diré: haz que se trague las espinas y se ahogue. Nunca más probarás
pescado. Ven. ¡El Tesoro espera!
Hubo un silbido agudo. Un instante después, Gollum emergió de la oscuridad
en cuatro patas, como un perro errabundo que acude a una llamada. Tenía en la
boca un pescado comido a medias y otro en la mano. Se detuvo muy cerca de
Frodo, casi nariz con nariz, y lo olió. Los ojos pálidos le brillaban. Entonces se
sacó el pescado de la boca y se ir guió.
—¡Buen amo! —murmuró—. Buen hobbit, venir a buscar al pobre Sméagol.
El buen Sméagol ha venido. Ahora vamos, pronto, sí. A través de los árboles,
mientras las Caras están oscuras. ¡Sí pronto, vamos!
—Sí, pronto iremos —dijo Frodo—. Pero no en seguida. Yo iré contigo como