Page 754 - El Señor de los Anillos
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                     El Estanque Vedado
      A l despertar, Frodo vio a Faramir inclinado sobre él. Por un segundo le volvieron
      los viejos temores y se sentó y retrocedió.
        —No hay nada que temer —le dijo Faramir.
        ¿Ya es la mañana? preguntó Frodo, bostezando.
        Aún  no,  pero  la  noche  ya  toca  a  su  fin  y  la  luna  llena  se  está  ocultando.
      ¿Quieres venir a verla? Hay también una cuestión acerca de la cual quisiera que
      me dieras tu parecer. Lamento haberte despertado, pero ¿quieres venir?
        —Sí —dijo Frodo levantándose, y tembló ligeramente al abandonar el calor
      de las mantas y las pieles. Hacía frío en la caverna sin fuego. El rumor del agua
      se oía claramente en la quietud de la noche. Se envolvió en la capa y siguió a
      Faramir.
        Sam, despertando bruscamente por una especie de instinto de vigilancia, vio
      primero el lecho vacío de su amo y se levantó de un salto. En seguida vio dos
      siluetas  oscuras,  la  de  Frodo  y  un  hombre,  recortadas  en  la  arcada,  nimbada
      ahora por un resplandor blanquecino. Se encaminó de prisa a reunirse con ellos,
      más allá de las hileras de hombres que dormían sobre jergones a lo largo de la
      pared. Al pasar cerca de la entrada vio que la cortina se había transformado en
      un velo deslumbrante de seda y perlas e hilos de plata: carámbanos de luna en
      lenta fusión. Pero no se detuvo a admirarla y dando la vuelta siguió a su amo a
      través de la puerta angosta tallada en la pared de la caverna.
        Tomaron  primero  por  un  pasadizo  negro,  luego  subieron  varios  escalones
      mojados, y llegaron así a un pequeño rellano tallado en la roca, iluminado por un
      cielo  pálido  que  resplandecía  muy  arriba,  distante,  como  la  cúpula  de  un  alto
      campanario. De allí partían dos escaleras: una conducía a la orilla elevada del
      río; la otra se doblaba en un recodo hacia la izquierda. Siguieron por esta última,
      que subía en espiral, como la escalera de una torre.
      Salieron por fin de las tinieblas de piedra y miraron alrededor. Se encontraban en
      una ancha plataforma de roca lisa sin antepecho ni pretil. A la derecha, en el este,
      el torrente caía en cascadas sobre numerosas terrazas, y descendiendo en brusca
      y vertiginosa carrera con la oscura fuerza del agua, y cuajado de espuma, iba a
      verterse  en  un  lecho;  por  fin,  rizándose  y  arremolinándose  casi  sobre  la
      plataforma, se precipitaba por encima de la arista que se abría a la derecha. Un
      hombre estaba allí de pie, cerca de la orilla, en silencio, mirando hacia abajo.
        Frodo  se  volvió  a  contemplar  las  cintas  de  agua  aterciopelada,  que  se
      curvaban y desaparecían. Luego alzó los ojos y miró en lontananza. El mundo
      estaba silencioso y frío, como si el alba se acercase. A lo lejos, en el poniente, la
      luna llena se hundía redonda y blanca. Unas brumas pálidas relucían en el valle
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