Page 755 - El Señor de los Anillos
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ancho de allá abajo: un vasto abismo de vapores de plata, bajo los que fluían las
      aguas  nocturnas  y  frescas  del  Anduin.  Y  más  allá  una  tiniebla  negra  y
      amenazante,  en  la  que  rutilaban  de  tanto  en  tanto,  fríos,  afilados,  remotos  y
      blancos  como  colmillos  fantasmales,  los  picos  de  Ered  Nimrais,  las  Montañas
      Blancas de Gondor, coronadas de nieves eternas.
        Frodo permaneció  un  momento  sobre la  alta  piedra,  preguntándose  con un
      estremecimiento  si  en  algún  lugar  de  esas  vastas  tierras  nocturnas  caminarían
      aún sus antiguos compañeros, o dormirían, o si yacerían muertos envueltos en
      sudarios  de  niebla.  ¿Por  qué  lo  habían  traído  aquí  arrancándolo  del  olvido  del
      sueño?
        Sam, que estaba preguntándose lo mismo, no pudo reprimirse y murmuró,
      sólo para el oído de su amo, creyó él:
        —¡Es una vista hermosa, señor Frodo, pero le hiela a uno el corazón, por no
      hablar de los huesos! ¿Qué sucede? Faramir lo oyó y respondió:
        —La luna se pone sobre Gondor. El bello Ithil al abandonar la Tierra Media,
      echa  una  mirada  a  los  rizos  blancos  del  viejo  Mindolluin.  Bien  vale  la  pena
      soportar algunos escalofríos. Mas no es esto lo que os he traído a ver, aunque en
      verdad a ti, Samsagaz, yo no te he llamado, y ahora estás pagando por tu exceso
      de celo. Un sorbo de vino remediará el problema. ¡Venid ahora y mirad!
        Se acercó al centinela silencioso en el borde oscuro, y Frodo lo siguió. Sam se
      quedó atrás. Ya bastante inseguro se sentía en aquella alta plataforma mojada.
      Faramir y Frodo miraron abajo. Muy lejos, en el fondo, vieron las aguas blancas
      que se vertían en un cauce espumoso, giraban alrededor de una profunda cuenca
      oval  entre  las  rocas,  hasta  encontrar  por  fin  una  nueva  salida  por  una  puerta
      estrecha, y se alejaban murmurando y humeando hacia regiones más llanas y
      apacibles. El claro de luna iluminaba aún con rayos oblicuos el pie de la cascada
      y  centelleaba  en  el  menudo  y  tumultuoso  oleaje  de  la  cuenca.  Pronto  Frodo
      creyó  ver  una  forma  pequeña  y  oscura  en  la  orilla  más  próxima,  pero  en  el
      momento mismo en que la observaba, la figura se zambulló y desapareció detrás
      del  remolino  de  la  cascada,  hendiendo  el  agua  negra  con  la  precisión  de  una
      flecha o de una piedra arrojada de canto.
        Faramir se volvió hacia el centinela.
        —¿Y ahora qué dirías que es, Anborn? ¿Una ardilla, o un pájaro pescador?
      ¿Hay pájaros pescadores en las charcas nocturnas del Bosque Negro?
        —No sé qué puede ser, pero no es un pájaro —respondió Anborn—. Tiene
      cuatro miembros y se zambulle como un hombre; y con maestría, además. ¿En
      qué andará? ¿Buscando un camino por detrás de la cortina para subir a nuestro
      escondite? Me parece que al fin hemos sido descubiertos. Aquí tengo mi arco, y
      he apostado otros arqueros, casi tan buenos tiradores como yo, en las dos orillas.
      Sólo esperamos vuestra orden para disparar, Capitán.
        —¿Dispararemos? —preguntó Faramir, volviéndose rápidamente a Frodo.
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