Page 759 - El Señor de los Anillos
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prometí. Te lo prometo de nuevo. Pero no ahora. Todavía no estás a salvo. Yo te
salvaré, pero tienes que confiar en mí.
—¿Tenemos que confiar en el amo? —dijo Gollum, dudando—. ¿Por qué no
partir en seguida? ¿Dónde está el otro, el hobbit malhumorado y grosero? ¿Dónde
está?
—Allá arriba —dijo Frodo, señalando la cascada—. No partiré sin él.
Tenemos que ir a buscarlo. Se le encogió el corazón. Esto se parecía demasiado a
una celada. No temía en realidad que Faramir permitiese que mataran a Gollum,
pero probablemente lo tomaría prisionero y lo haría atar; y lo que Frodo estaba
haciendo le parecería sin duda una traición a la infeliz criatura traicionera. Quizá
nunca llegaría a comprender o creer que Frodo le había salvado la vida del único
modo posible. ¿Qué otra cosa podía hacer, para guardar al menos cierta lealtad a
uno y a otro?— ¡Ven! —dijo—. Si no vienes el Tesoro se enfadará. Ahora
volveremos, subiendo por la orilla del río. ¡Adelante, adelante, tú irás al frente!
Gollum trepó un corto trecho junto a la orilla, olisqueando con recelo. Muy
pronto se detuvo y levantó la cara.
—¡Hay algo allí! —dijo—. No es un hobbit. —Retrocedió bruscamente. Una
luz verde le brillaba en los ojos saltones—. ¡Amo, amo! —siseó—. ¡Malvado!
¡Astuto! ¡Falso! —Escupió y extendió los brazos largos chasqueando los dedos.
En ese momento la gran forma negra de Anborn apareció por detrás y cayó
sobre él. Una mano grande y fuerte lo tomó por la nuca y lo inmovilizó. Gollum
giró en redondo con la celeridad de un rayo, mojado como estaba y cubierto de
lodo, retorciéndose como una anguila, mordiendo y arañando como un gato.
Pero otros dos hombres salieron de las sombras.
—¡Quieto! —le dijo uno de ellos—. O te ensartaremos más púas que las de
un puercoespín. ¡Quieto!
Gollum se derrumbó y empezó a gimotear y lloriquear. Los hombres lo
ataron con cuerdas, sin demasiados miramientos.
—¡Despacio, despacio! —dijo Frodo—. No tiene tanta fuerza como vosotros.
No lo lastiméis, si podéis evitarlo. Se calmará. ¡Sméagol! No te harán daño. Yo
iré contigo y no pasará nada. A menos que me maten también a mí. ¡Ten
confianza en el amo!
Gollum volvió la cabeza y escupió a Frodo en la cara. Los hombres lo
alzaron, lo embozaron con un capuchón hasta los ojos, y se lo llevaron.
Frodo los siguió, sintiéndose profundamente desdichado. Pasaron por la
abertura disimulada entre los arbustos, y a través de las escaleras y los pasadizos
regresaron a la caverna. Ya habían encendido dos o tres antorchas. Los hombres
iban de un lado a otro, en plena actividad. Sam, que estaba allí, lanzó una mirada
curiosa al bulto fofo que los cazadores llevaban a la rastra.
—¿Usted lo atrapó? —le preguntó a Frodo.
—Sí. Bueno, no, no lo atrapé yo. El vino voluntariamente, porque confió en