Page 84 - El Señor de los Anillos
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pradera. No cruzaremos la villa esta noche; hay demasiados oídos y ojos
atisbándonos.
Sam partió a toda prisa.
—Bueno, al fin nos vamos —dijo Frodo.
Cargaron los bultos sobre los hombros, tomaron los bastones y doblaron hacia
el oeste de Bolsón Cerrado.
—¡Adiós! —dijo Frodo mirando el hueco oscuro y vacío de las ventanas.
Agitó la mano y luego se volvió; y (como siguiendo a Bilbo) corrió detrás de
Peregrin, sendero abajo. Saltaron por la parte menos elevada del cerco y fueron
hacia los campos, entrando en la oscuridad como un susurro en la hierba.
Al pie de la colina, por la ladera del oeste, llegaron a la entrada del estrecho
sendero. Se detuvieron y ajustaron las correas de los bultos; en ese momento
apareció Sam, trotando de prisa y resoplando; llevaba la carga al hombro y se
había puesto en la cabeza un deformado saco de fieltro que llamaba sombrero.
En las tinieblas se parecía mucho a un enano.
—Estoy seguro de que me han dado el bulto más pesado —dijo Frodo—.
Siempre compadecí a los caracoles y a todo bicho que lleve la casa a cuestas.
—Yo podría cargar mucho más, señor, mi fardo es muy liviano —mintió
Sam resueltamente.
—No, Sam —dijo Pippin—. Le hace bien. Sólo lleva lo que nos ordenó
empacar. Ha estado flojo últimamente. Sentirá menos la carga cuando camine
un rato y pierda un poco de su propio peso.
—¡Sean amables con un pobre y viejo hobbit! —rió Frodo—. Estaré tan
delgado como una vara de sauce antes de llegar a Los Gamos. Pero hablaba
tonterías. Sospecho que has cargado demasiado, Sam; echaré un vistazo la
próxima vez que empaquemos. —Tomó de nuevo el bastón—. Bueno, a todos nos
gusta caminar en la oscuridad —dijo—. Nos alejaremos unas millas antes de
dormir.
Durante un rato siguieron el sendero hacia el oeste. Luego doblaron a la
izquierda, volviendo sigilosamente a los campos. Continuaron en fila bordeando
setos y malezas, mientras la noche los envolvía en sombras. Cubiertos con
mantos oscuros, eran tan invisibles como si todos tuviesen anillos mágicos. Como
eran hobbits, y trataban de andar en silencio, no hacían ningún ruido que alguien
pudiera oír, ni aun otros hobbits. Hasta las criaturas salvajes de los campos y los
bosques apenas se daban cuenta de que pasaban.
Momentos más tarde cruzaron El Agua, al oeste de Hobbiton, por un angosto
puente de tablas. El arroyo no era allí más que una serpenteante cinta negra,
bordeada por inclinados alisos. Se encontraban ahora en las Tierras de Tuk y
continuaron hacia el sur para llegar, una milla o dos más lejos, al camino
principal de Cavada Grande, que llevaba a Delagua y al Puente Brandivino.