Page 88 - El Señor de los Anillos
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El sol declinaba; la luz de la tarde se alargaba sobre la tierra cuando los tres
      hobbits bajaron por la loma. No habían encontrado ni un alma en el camino; no
      parecía  una  vía  muy  frecuentada,  pues  no  era  apta  para  carros  y  había  poco
      tránsito hacia Bosque Cerrado. Iban caminando lentamente desde hacía una hora
      o más, cuando Sam se detuvo un momento como si escuchara. Estaban ahora en
      una  planicie  y  el  camino,  después  de  mucho  serpentear,  se  extendía  en  línea
      recta y cruzaba praderas verdes, salpicadas de árboles altos, como centinelas de
      los próximos bosques.
        —Oigo una jaca o un caballo que viene por el camino detrás de nosotros dijo
      Sam.
        Miraron hacia atrás, pero había una curva en el camino y no podían ver muy
      lejos.
        —Me pregunto si no será Gandalf que viene a reunirse con nosotros —dijo
      Frodo.  Al  mismo  tiempo  sintió  que  no  era  así  y  de  pronto  tuvo  el  deseo  de
      esconderse, para que el jinete no lo viera—. No es que me importe mucho —dijo
      disculpándose—, pero preferiría que nadie me viese en el camino; estoy harto de
      que mis cosas se sepan y discutan. Y si es Gandalf —añadió, como si acabara de
      ocurrírsele—,  le  daremos  una  pequeña  sorpresa  como  pago  por  su  demora.
      ¡Escondámonos!
        Los otros dos corrieron hacia la izquierda, metiéndose en un hoyo, no lejos
      del camino, y agazapándose. Frodo dudó un segundo; la curiosidad, o algún otro
      sentimiento, luchaba con el deseo de esconderse. El ruido de cascos se acercaba.
      Justo  a  tiempo  se  arrojó  a  un  lugar  de  pastos  altos,  detrás  de  un  árbol  que
      sombreaba el camino. Luego alzó la cabeza y espió con precaución por encima
      de una de las grandes raíces. En el codo del camino apareció un caballo negro,
      no  un  poney  hobbit  sino  un  caballo  de  gran  tamaño,  y  sobre  él  un  hombre
      corpulento,  que  parecía  echado  sobre  la  montura,  envuelto  en  un  gran  manto
      negro y tocado con un capuchón, por lo que sólo se le veían las botas en los altos
      estribos. La cara era invisible en la sombra.
        Cuando  llegó  al  árbol,  frente  a  Frodo,  el  caballo  se  detuvo.  El  jinete
      permaneció  sentado,  inmóvil,  con  la  cabeza  inclinada,  como  escuchando.  Del
      interior del capuchón vino un sonido, como si alguien olfateara para atrapar un
      olor fugaz; la cabeza se volvió hacia uno y otro lado del camino.
        Un repentino miedo de ser descubierto se apoderó de Frodo y pensó en el
      Anillo. Apenas se atrevía a respirar, pero el deseo de sacar el Anillo del bolsillo
      se hizo tan fuerte que empezó a mover lentamente la mano. Sentía que sólo tenía
      que deslizárselo en el dedo para sentirse seguro; el consejo de Gandalf le parecía
      disparatado. Bilbo mismo había usado el Anillo. « Todavía estoy en la Comarca» ,
      pensó, al tiempo que tocaba la cadena del Anillo. En ese momento el jinete se
      enderezó y sacudió las riendas. El caballo echó a andar, lentamente primero y
      después con un rápido trote. Frodo se arrastró al borde del camino y siguió con la
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