Page 92 - El Señor de los Anillos
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Se detuvieron y se quedaron escuchando en silencio, como sombras de
árboles. Había un ruido de cascos en el camino, detrás, bastante lejos, pero se
acercaba lenta y claramente traído por el viento. Los hobbits se deslizaron fuera
del camino rápida y quedamente, internándose en la espesura, bajo los robles.
—No nos alejemos demasiado —dijo Frodo—. No quiero que me vean, pero
quiero ver si es otro Jinete Negro.
—Muy bien —dijo Pippin—. ¡Pero no olvides el olfateo!
El ruido se aproximó; no tuvieron tiempo de encontrar un escondrijo mejor
que aquella oscuridad bajo los árboles.
Sam y Pippin se agacharon detrás de un tronco grueso, mientras que Frodo se
arrastraba unas pocas yardas hacia el camino descolorido, una línea de luz
agonizante, que atravesaba el bosque. Arriba, las estrellas se apretaban en el cielo
oscuro, pero no había luna.
El sonido de cascos se interrumpió. Frodo vio algo oscuro que pasaba entre el
claro luminoso de dos árboles y luego se detenía. Parecía la sombra negra de un
caballo, llevado por una sombra más pequeña. La sombra se alzó junto al lugar
en que habían dejado el camino y se balanceó de un lado a otro; Frodo creyó oír
la respiración de alguien que olfateaba. La sombra se inclinó y luego empezó a
arrastrarse hacia Frodo.
Una vez más Frodo sintió el deseo de ponerse el Anillo y el deseo era más
fuerte que nunca. Tan fuerte era que antes de advertir lo que hacía, ya estaba
tanteándose el bolsillo. En ese mismo momento se oyó un sonido de risas y
cantos. Unas voces claras se alzaron y se apagaron en la noche estrellada. La
sombra negra se enderezó, retirándose de prisa. Montó el caballo oscuro y
pareció que se desvanecía en las sombras del otro lado del camino. Frodo
recobró el aliento.
—¡Elfos! —exclamó Sam con un murmullo ronco—. ¡Elfos, señor!
Si no lo hubieran retenido, habría saltado fuera de los árboles, para unirse a
las voces.
—Sí, son elfos —dijo Frodo—. Se los encuentra a veces en Bosque Cerrado.
No viven en la Comarca, pero vagabundean por aquí en primavera y en otoño,
lejos de sus propias tierras, más allá de las Colinas de la Torre. Y les agradezco la
costumbre. No lo visteis, pero el jinete negro se detuvo justamente aquí y se
arrastraba hacia nosotros cuando empezó el canto. Tan pronto oyó las voces,
escapó.
—¿Y los elfos? —dijo Sam, demasiado excitado para preocuparse por el
jinete—. ¿No podemos ir a verlos?
—Escucha, vienen hacia aquí —dijo Frodo—. Sólo tenemos que esperar junto
al camino.
La canción se acercó. Una voz clara se elevaba sobre las otras. Cantaba en la
bella lengua de los elfos, de la que Frodo conocía muy poco y los otros nada. Sin