Page 90 - El Señor de los Anillos
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—Ojalá hubiese esperado a Gandalf —murmuró Frodo—. Pero quizás habría
      empeorado las cosas.
        —¿Entonces sabes o sospechas algo de ese jinete? —dijo Pippin, que había
      captado el murmullo.
        —No lo sé, y prefiero no sospecharlo —dijo Frodo.
        —¡Muy bien, primo Frodo! Puedes guardar el secreto, si quieres pasar por
      misterioso. Mientras tanto, ¿qué haremos? Me gustaría un bocado y un trago, pero
      creo  que  sería  mejor  salir  de  aquí.  Tu  charla  sobre  Jinetes  olfateadores  de
      narices invisibles me ha turbado bastante.
        —Sí, creo que nos iremos —dijo Frodo—. Pero no por el camino; pudiera
      ocurrir que el jinete volviera, o lo siguiese algún otro. Hoy tenemos que hacer un
      buen trecho. Los Gamos está todavía a muchas millas de aquí.
      Cuando partieron, las sombras de los árboles eran largas y finas sobre el pasto.
      Caminaban ahora por la izquierda del camino, manteniéndose a distancia de tiro
      de piedra y ocultándose todo lo posible; pero la marcha era así difícil, pues la
      hierba crecía en matas espesas, el suelo era disparejo y los árboles comenzaban
      a apretarse en montecillos.
        El  sol  enrojecido  se  había  puesto  detrás  de  las  lomas,  a  espaldas  de  los
      viajeros y la noche iba cayendo antes que llegaran al final de la llanura, que el
      camino atravesaba en línea recta. De allí doblaba a la izquierda y descendía a las
      tierras bajas de Yale, en dirección a Cepeda; pero un sendero que se abría a la
      derecha  culebreaba  entrando  en  un  bosque  de  viejos  robles  hacia  la  casa  del
      bosque.
        —Este es nuestro camino —dijo Frodo.
        No muy lejos del borde del camino tropezaron con el enorme esqueleto de un
      árbol;  vivía  todavía  y  tenía  hojas  en  las  pequeñas  ramas  que  habían  brotado
      alrededor  de  los  muñones  rotos;  pero  estaba  hueco,  y  en  el  lado  opuesto  del
      camino había un agujero por donde se podía entrar. Los hobbits se arrastraron
      dentro  del  tronco  y  se  sentaron  sobre  un  piso  de  vieja  hojarasca  y  madera
      carcomida. Descansaron y tomaron una ligera merienda, hablando en voz baja y
      escuchando de vez en cuando.
        El  crepúsculo  los  envolvió  cuando  salieron  al  camino.  El  viento  del  oeste
      suspiraba  en  las  ramas.  Las  hojas  murmuraban.  Pronto  el  camino  empezó  a
      descender  suavemente,  pero  sin  pausa,  en  la  oscuridad.  Una  estrella  apareció
      sobre los árboles, ante ellos, en las crecientes tinieblas del oriente. Para mantener
      el  ánimo  marchaban  juntos  y  a  paso  vivo.  Después  de  un  rato,  cuando  las
      estrellas se hicieron más brillantes y numerosas, recobraron la calma y ya no
      prestaron  atención  a  un  posible  ruido  de  cascos.  Comenzaron  a  tararear
      suavemente,  como  lo  hacen  los  hobbits  cuando  caminan,  sobre  todo  cuando
      vuelven  a  sus  casas  por  la  noche.  La  mayoría  canta  entonces  una  canción  de
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