Page 21 - Diálogos Psicoanálisis Número 1
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Esta situación me remite a la observada en la relación entre
terapeuta y paciente. En donde la interpretación dada al paciente
implica una formulación desde el imaginario de la
persona-terapeuta. Y desde su propio imaginario el paciente puede
responder por sugestión. Y ¿dónde queda el deseo del sujeto? En el
psicoanálisis, contrariamente, se establece el dispositivo para que
emerja el sujeto supuesto saber y encuentre su propia verdad. Pero
regresemos a la madre y el hijo.
Al mismo tiempo, las acciones de darle de comer, de taparlo, o de
cambiarle el pañal van acompañadas de caricias, mimos, calor y
olor corporal, palabras tenues, besos, es decir, de todo un
acompañamiento que resulta también disfrutable y que se
convierte pronto en sí mismo en placentero y requerido. De esta
manera en la demanda se apuntala el deseo por lograrla. Ya no se
trata sólo de una necesidad biológica, de llenar el estómago, de
regular la temperatura o de aliviar un ardor, se trata de una
pulsión y su satisfacción cargada de afecto. Toda demanda es una demanda de amor.
Entre toda la serie de interacciones que se dan entre madre-hijo, darle de comer representa uno de los
primeros aspectos de la sexualidad infantil (oral: boca-pecho), y pone en juego la posibilidad del cruce de
miradas. Miradas que harán la vez de espejos. El estadio del espejo de Lacan (1949) revela la importancia del
Otro (agente materno) y de su discurso (lenguaje) en la conformación del yo (moi-je).
A diferencia de los animales, el niño reacciona con una sonrisa jubilosa cuando se reconoce en un espejo,
¿esto qué significa? Veamos.
1. Al nacer se observa una inmadurez y descoordinación motriz características del infante, lo que da pie a
Lacan para hablar de un cuerpo fragmentado.
2. El infante, al ver su imagen en el espejo, en un primer momento, no sabe que es la suya.
3. El infante mira la mirada de la madre que está dirigida al espejo y que muestra una gran carga de afecto
(amor), afectación dirigida a esa imagen especular.
4. Todavía no reconoce esa imagen como propia, odia así su reflejo porque éste es deseado por la madre y
no sabe que el reflejo es él mismo. Esta operación es la base del odio. Si lo que mira la madre no es él, lo
que mira es odiado.
5. Ante los intentos de la madre por hacerle ver al niño que ese del espejo es él mismo, “ese eres tú”, llega el
momento en que se reconoce a sí mismo, muestra de ello es la sonrisa jubilosa con que ahora
responde. Momento en que se cristaliza el yo(moi). Hay un efecto simbólico del deseo de amor, se afecta
(afecto) la diferencia. La mirada imaginaria constituye el receptáculo de los sentimientos (amor, odio,
etc.), que manifiesta una intencionalidad simbólica de la madre al hijo.
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