Page 135 - Dune
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Kynes.
               El Duque pulsó el contacto y habló a través del micrófono.
               —Aquí vuestro Duque. Estamos descendiendo para tomar con nosotros el grupo

           de extracción Delta Ajax nueve. Todos los rastreadores tienen orden de hacer otro
           tanto. Los rastreadores descenderán en el lado este. Nosotros lo haremos en el oeste.
           Cambio. —Cambió el micrófono a su frecuencia personal, y repitió la orden para su

           escolta aérea; luego pasó el micrófono a Kynes.
               Kynes  volvió  a  la  frecuencia  del  equipo  de  trabajo,  y  una  voz  atronó  en  el
           altoparlante:

               —¡…  una  carga  casi  completa  de  especia!  ¡Tenemos  una  carga  casi  completa!
           ¡No podemos abandonarla por un maldito gusano! Cambio.
               —¡Al diablo la especia! —gruñó el Duque. Tomó nuevamente el micrófono—:

           Siempre podremos encontrar más especia. Nuestros aparatos pueden llevarles a todos
           ustedes menos tres. Háganlo a suertes o decidan cómo crean mejor quiénes de ustedes

           van  a  venir.  Pero  deben  ser  evacuados,  ¡es  una  orden!  —Tiró  violentamente  el
           micrófono  a  las  manos  de  Kynes  y  murmuró—:  Lo  siento  —mientras  Kynes  se
           llevaba a la boca un dedo contuso.
               —¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Paul.

               —Nueve minutos —dijo Kynes.
               —Este aparato es más potente que los otros —dijo el Duque—. Si despegamos

           con los chorros y las alas a tres cuartos, podríamos meter a otro hombre más.
               —La arena es blanda —dijo Kynes.
               —Con una sobrecarga de cuatro hombres, corremos el riesgo de romper las alas
           despegando con los chorros, Señor —dijo Halleck.

               —No con este aparato —dijo el Duque. Accionó de nuevo los mandos, mientras
           la máquina planeaba por encima del tractor. Las alas se alzaron, frenando al aparato

           que, tras un último planeo, fue a posarse a una veintena de metros del tractor.
               Este permanecía silencioso ahora, y la arena no surgía a chorros por sus orificios.
           Tan sólo se oía un leve zumbido mecánico, que se hizo más intenso cuando el Duque
           abrió la portezuela.

               Inmediatamente,  sus  olfatos  fueron  asaltados  por  el  olor  a  canela,  denso  y
           penetrante.

               Con un sonoro batir de alas, los rastreadores planearon sobre la arena, al otro lado
           del tractor. La escolta del Duque descendió a su vez en picado, junto a ellos.
               Paul  miró  a  la  enorme  mole  del  tractor,  junto  a  la  cual  los  tópteros  parecían

           minúsculos mosquitos al lado de un monstruoso escarabajo.
               —Gurney, tú y Paul echad fuera los asientos posteriores —dijo el Duque. Plegó
           manualmente las alas a tres cuartos, les dio el ángulo preciso, y revisó los controles

           de los chorros—. ¿Por qué diablos no salen aún de esa máquina?




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