Page 138 - Dune
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blancas y lisas. El orificio, estimó Paul, tenía al menos el doble de diámetro que la
           longitud  del  tractor.  Miró  fascinado  la  máquina  girando  en  aquella  abertura,  en  el
           corazón de una auténtica tormenta de polvo y arena. El agujero volvió a cerrarse.

               —¡Dios, vaya monstruo! —murmuró un hombre al lado de Paul.
               —¡Toda nuestra especia! —gruñó otro.
               —Alguien pagará por esto —dijo el Duque—. Os lo prometo.

               En la voz desprovista de expresión de su padre, Paul percibió una profunda ira.
           Tuvo consciencia de compartirla. ¡Era un despilfarro criminal!
               En el silencio que siguió oyeron la voz de Kynes.

               —Bienaventurado el Hacedor y Su agua —murmuraba Kynes—. Bienaventurada
           Su llegada y Su partida. Pueda Su paso purificar el mundo. Pueda Él conservar el
           mundo para Su pueblo.

               —¿Qué estáis diciendo? —preguntó el Duque.
               Pero Kynes permaneció en silencio.

               Paul observó a los hombres apretados a su alrededor. Miraban aterrados la nuca
           de Kynes. Uno de ellos susurró:
               —Liet.
               Kynes se volvió, ceñudo. El hombre intentó esconderse, confuso.

               Otro de los rescatados empezó a toser… una tos seca y áspera. Luego gruñó:
               —¡Maldito sea ese agujero infernal!

               —Cállate, Coss —dijo el hombre alto, el último en salir del tractor—. No haces
           más  que  empeorar  tu  tos.  —Se  abrió  paso  en  el  grupo  hasta  que  estuvo  cerca  del
           Duque y pudo mirarle directamente a su nuca—. Vos sois el Duque Leto, supongo —
           dijo—. Es a vos a quien debemos dar las gracias por salvar nuestras vidas. Antes de

           vuestra llegada estábamos perdidos.
               —Silencio, hombre, y deja al Duque pilotar su máquina —murmuró Halleck.

               Paul  observó  a  Halleck.  También  él  había  visto  los  músculos  contraídos  en  el
           rostro de su padre. Uno debía actuar con cautela cuando el Duque estaba furioso.
               Leto hizo salir al tóptero de su trayectoria circular, deteniéndola sobre la vertical
           para examinar mejor algo que se movía en la arena. El gusano se había retirado a las

           profundidades  y  ahora,  cerca  del  lugar  donde  hasta  hacía  unos  instantes  se  había
           hallado el tractor, podían verse dos figuras moviéndose hacia el norte, alejándose de

           la depresión arenosa. Parecían deslizarse por la superficie, levantando apenas algunos
           granos de arena.
               —¿Quiénes son esos dos de ahí abajo? —barbotó el Duque.

               —Dos tipos que se unieron a nosotros para ver, Señor —dijo el alto hombre de las
           dunas.
               —¿Por qué nadie me dijo nada acerca de ellos?

               —Fueron ellos quienes quisieron correr ese riesgo, Señor —dijo el hombre de las




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