Page 136 - Dune
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—Aún esperan que llegue el ala de acarreo —dijo Kynes—. Todavía les quedan
           unos cuantos minutos. —Miró al desierto, hacia el este.
               Todos volvieron la vista en la misma dirección, sin ver ninguna señal del gusano,

           pero el aire estaba cargado de ansiedad.
               El Duque tomó el micrófono y pasó a su frecuencia de órdenes.
               —Dos  de  ustedes  despréndanse  de  sus  generadores  del  escudo.  Por  orden  de

           número. Así podrán cargar a otro hombre. No vamos a dejar ningún hombre a ese
           monstruo. —Volvió a la frecuencia de trabajo y gritó—: ¡Bien, ustedes, los de Delta
           Ajax nueve! ¡Afuera! ¡Rápido! ¡Es una orden de su Duque! ¡Muévanse o cortaré ese

           tractor con un láser!
               Una compuerta se abrió de golpe junto a la nariz del tractor, otra en el extremo
           posterior,  y  una  tercera  en  la  parte  alta.  Empezaron  a  salir  hombres,  tropezando  y

           resbalando con la arena. Un hombre alto envuelto en unas ropas remendadas fue el
           último en salir. Saltó primero a una de las orugas, y luego a la arena.

               El Duque colocó el micrófono en el panel y salió al exterior. De pie sobre uno de
           los peldaños del ala, gritó:
               —¡Dos hombres en cada uno de los rastreadores!
               El  hombre  de  la  ropa  remendada  dividió  al  personal  en  grupos  de  a  dos  y  los

           envió a los aparatos que esperaban al otro lado.
               —¡Cuatro aquí! —gritó el Duque—. ¡Cuatro en aquella máquina! —apuntó un

           dedo  hacia  uno  de  los  tópteros  de  escolta  directamente  detrás  de  él.  Los  guardias
           acababan en aquel momento de echar fuera el generador del escudo—. ¡Cuatro en
           aquel otro aparato! —apuntó a otro que ya había descargado su generador—. ¡Y tres
           en los demás! ¡Corred, especie de perros de arena!

               El hombre alto terminó de distribuir a los hombres y se acercó arrastrando los
           pies por la arena, seguido por tres de sus compañeros.

               —Oigo el gusano, pero no puedo verlo —dijo Kynes.
               Entonces lo oyeron todos. Era como un frotar rasposo, un crepitar distante que
           crecía en intensidad.
               —Maldita manera de trabajar —gruñó el Duque.

               Los aparatos comenzaron a batir las alas sobre la arena a su alrededor. El Duque
           pensó  en  las  junglas  de  su  planeta  natal,  el  alzar  el  vuelo  de  los  grandes  pájaros

           carroñeros, sorprendidos en un claro sobre el costillaje desnudo de su presa por un
           toro salvaje.
               Los trabajadores de la especia se apresuraron trabajosamente a lo largo del flanco

           del tóptero, y comenzaron a subir y a instalarse detrás del Duque. Halleck les ayudó,
           tirando de ellos y empujándoles hacia el fondo del vehículo.
               —¡Arriba, chicos! —exclamó—. ¡Aprisa!

               Paul, apretado contra un rincón entre aquellos hombres jadeantes, percibió el olor




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