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La grandeza es una experiencia transitoria. Nunca es consistente. Dependen en parte de
la imaginación humana creadora de mitos. La persona que experimenta la grandeza
debe percibir el mito que la circunda. Debe reflexionar que es proyectado sobre él. Y
debe mostrarse fuertemente inclinado a la ironía. Esto le impedirá creer en su propia
pretensión. La ironía le permitirá actuar independientemente de ella misma. Sin esta
cualidad, incluso una grandeza ocasional puede destruir a un hombre.
De Frases escogidas de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN
En el comedor de la gran casa de Arrakeen, las lámparas a suspensor estaban
encendidas para combatir la creciente oscuridad. Su amarillenta claridad iluminaba la
negra cabeza de toro de ensangrentados cuernos, y se reflejaba en el oscuro retrato al
óleo del Viejo Duque.
Bajo los talismanes parecía brillar con los reflejos de la platería de los Atreides,
dispuesta en perfecto orden a lo largo de la enorme mesa… pequeños archipiélagos
de vajilla junto a las copas de cristal, ante las sillas de madera tallada. El clásico
candelabro central estaba apagado, y su cadena se perdía en las sombras del techo,
donde estaba disimulado el mecanismo del detector de venenos.
Haciendo una pausa en el umbral para inspeccionar la disposición de la mesa, el
Duque pensó en el detector de venenos y lo que significaba en su sociedad.
Todo según la norma, pensó. Se nos puede definir por nuestro lenguaje… por las
precisas y delicadas definiciones que empleamos para los distintos medios de
suministrar una traidora muerte. ¿Quizá alguien va a emplear el chaumurky esta
noche… el veneno de la bebida? ¿O tal vez el chaumas… el veneno de la comida?
Agitó la cabeza.
Frente a cada silla, a todo lo largo de la mesa, había una jarra llena de agua. Había
bastante agua en aquella mesa, estimó el Duque, como para permitir a una familia
pobre de Arrakeen vivir más de un año.
Flanqueando la puerta había dos grandes cuencos de esmalte verde. Cada cuenco
tenía al lado un perchero con toallas. La costumbre, le había explicado el ama de
llaves, quería que cada invitado, al entrar, sumergiera ceremoniosamente sus manos
en uno de los cuencos, derramando parte del agua por el suelo, se las secara luego en
una de las toallas, y arrojara después ésta al cada vez mayor charco de agua del
pavimento. Después de la comida, los mendigos reunidos fuera podían recoger el
agua retorciendo las toallas.
Típico de un feudo Harkonnen, pensó el Duque. Todas las degradaciones que la
mente pueda concebir. Inspiró profundamente, sintiendo que la ira retorcía su
estómago.
—¡Esa costumbre termina aquí! —murmuró.
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