Page 142 - Dune
P. 142

Vio a una de las sirvientas, una de las viejas y rugosas mujeres que el ama de
           llaves había recomendado, dirigiéndose hacia la puerta de la cocina ante él. El Duque
           le hizo una seña con la mano. Ella salió de las sombras y dio la vuelta a la mesa para

           acercarse, y pudo observar su reseco rostro parecido a cuero y los ojos azules sobre
           azul.
               —¿Desea mi Señor? —mantenía la cabeza baja, con los ojos semicerrados.

               Hizo un gesto:
               —Haz desaparecer estos cuencos y estas toallas.
               —Pero… Noble Nacido… —levantó la cabeza y le miró, con la boca abierta.

               —¡Conozco  la  costumbre!  —gritó—.  Lleva  estos  cuencos  a  la  puerta  de  la
           entrada. Mientras estemos comiendo y hasta que hayamos terminado cada mendigo
           que lo desee recibirá una taza llena de agua. ¿Has comprendido?

               El curtido rostro reveló toda una serie de emociones: desesperación, rabia…
               Con una súbita inspiración, Leto comprendió que ella había planeado vender el

           agua  exprimiendo  aquellas  toallas,  arrancándoles  algunas  monedas  a  aquellos
           miserables que se presentaran a la puerta. Quizá esta era también la costumbre.
               Su rostro se ensombreció.
               —Dispondré  un  hombre  de  guardia  para  que  vigile  que  mis  órdenes  sean

           cumplidas al pie de la letra —gruñó.
               Dio  media  vuelta  y  recorrió  a  largos  pasos  el  corredor  que  conducía  al  Gran

           Salón. Los recuerdos se agitaban en su mente como el murmullo de viejas mujeres
           desdentadas. Recordaba las grandes extensiones de agua y las olas… días de hierba y
           no días de arena… y todos los esplendorosos veranos que habían sido barridos como
           hojas por una tormenta.

               Todo se había ido.
               Me  estoy  haciendo  viejo,  pensó.  He  sentido  la  gélida  mano  de  la  muerte.  ¿Y

           dónde la he sentido? En la rapacidad de una vieja.
               En el Gran Salón, Dama Jessica era el centro de un abigarrado grupo frente a la
           chimenea.  Un  gran  fuego  crepitaba  en  ella,  dando  una  luminosidad  de  reflejos
           anaranjados a los brocados y las ricas telas y las joyas. Reconoció en el grupo a un

           fabricante  de  destiltrajes  de  Carthag,  un  importador  de  aparatos  electrónicos,  un
           transportista de agua cuya morada estival había sido edificada en las proximidades de

           la factoría de extracción polar, un representante del Banco de la Cofradía (ascético y
           ausente,  como  siempre),  un  comerciante  de  piezas  de  recambio  para  el  equipo  de
           extracción de especia, una mujer delgada y de anguloso rostro cuyo trabajo de guía y

           acompañante para los visitantes de otros planetas era reputado como encubrimiento a
           labores de contrabando, espionaje y chantajes.
               La mayor parte de las demás mujeres de la sala parecían pertenecer a un tipo muy

           específico:  decorativas,  perfectas  hasta  el  mínimo  detalle,  una  extraña  mezcla  de




                                        www.lectulandia.com - Página 142
   137   138   139   140   141   142   143   144   145   146   147