Page 147 - Dune
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preguntó el Duque—. No consigo identificarle.
               —Un invitado de última hora —susurró ella—. Gurney arregló la invitación. Es
           un contrabandista.

               ¿Gurney lo arregló?
               —A petición mía. Ha sido garantizado por Hawat, aunque creo que Hawat no se
           siente muy entusiasta a su respecto. Es un contrabandista llamado Tuek, Esmar Tuek.

           Tiene poder en su ambiente. Todos le conocen. Ha sido huésped en la mayor parte de
           casas.
               —¿Por qué está aquí?

               —Todos se harán la misma pregunta —dijo Jessica—. Tuek diseminará con su
           presencia  la  duda  y  la  sospecha.  Hará  creer  además  que  estás  decidido  a  hacer
           respetar tus órdenes contra la corrupción… con el apoyo de los contrabandistas si es

           necesario. Esto último le ha gustado a Hawat.
               —No estoy seguro de que a mí me guste. —Hizo una inclinación de cabeza a una

           pareja que pasaba, y observó que ya quedaban muy pocos invitados en la sala—. ¿Por
           qué no has invitado a algunos Fremen?
               —Está Kynes —dijo ella.
               —Sí, está Kynes —aceptó él—. ¿Habéis preparado alguna otra pequeña sorpresa

           para mí? —La condujo hacia el comedor, al final de la procesión.
               —Todo lo demás es enteramente convencional —dijo ella.

               Y pensó: Querido, ¿No comprendes que estos contrabandistas disponen de naves
           rápidas y pueden ser sobornados? ¿Que debemos tener abierta una vía de escape,
           una puerta para huir de Arrakis si todo lo demás nos falla?
               Entraron en el comedor, y ella se soltó de su brazo, y Leto la ayudó a sentarse.

           Después se dirigió hacia su extremo de la mesa. Un lacayo estaba de pie detrás de su
           silla. Los demás invitados se sentaron con un ruido de roce de tejidos y rumor de seda

           arrugándose,  pero  el  Duque  permaneció  de  pie.  Hizo  un  gesto  con  la  mano,  y  los
           soldados de la casa con uniforme de lacayos alrededor de la mesa dieron un paso
           atrás y se cuadraron.
               La estancia se sumergió en un inquieto silencio.

               Jessica, observando desde el otro extremo de la mesa, percibió un ligero temblor
           de las comisuras de la boca de Leto, y notó la ira que ensombrecía sus mejillas. ¿Qué

           es  lo  que  le  enfurece?,  se  preguntó.  Ciertamente  no  el  que  haya  invitado  al
           contrabandista.
               —Algunos de ustedes han visto con malos ojos el hecho de que haya cambiado la

           costumbre  de  los  cuencos  de  agua  —dijo  Leto—.  Es  mi  forma  de  decirles  que
           muchas cosas van a cambiar aquí.
               Un silencio embarazado reinó alrededor de la mesa.

               Creen que ha bebido, pensó Jessica.




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