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No hay escapatoria… pagamos por la violencia de nuestros antepasados.
De Frases escogidas de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN
Jessica oyó el tumulto en el gran salón, y encendió la luz de la cabecera de su cama.
El reloj no estaba aún correctamente ajustado al tiempo local, y tuvo que restar
veintiún minutos para determinar que eran alrededor de las dos de la madrugada.
El tumulto era fuerte y confuso.
¿Un ataque de los Harkonnen?, se preguntó.
Se deslizó fuera de la cama y comprobó los monitores para ver dónde se hallaba
su familia. La pantalla reveló a Paul durmiendo en una habitación del sótano que
habían habilitado apresuradamente para él. Obviamente el ruido no llegaba hasta allí.
No había nadie en las habitaciones del Duque, su cama estaba intacta. ¿Se hallaba
todavía en el puesto de mando?
No había ninguna pantalla conectada con la parte delantera de la casa.
Jessica se inmovilizó en medio de la estancia, escuchando.
Resonó un grito, una voz incoherente. Alguien llamó al doctor Yueh. Jessica tomó
su bata, se la echó por los hombros, deslizó sus pies en las zapatillas y se colocó el
crys en su pantorrilla.
De nuevo, una voz llamó al doctor Yueh.
Jessica se ató el cinturón y salió al corredor. Entonces la sacudió un pensamiento:
¿Tal vez Leto está herido?
El corredor pareció hacerse más largo bajo sus apresurados pies. Franqueó la
arcada, atravesó corriendo el comedor y recorrió el pasillo que conducía al Gran
Salón, que estaba brillantemente iluminado, con todas las lámparas a suspensor
encendidas al máximo.
A su derecha, cerca de la entrada frontal, vio a dos guardias de la casa sujetando a
Duncan Idaho entre ellos. La cabeza del hombre basculaba hacia adelante. Un
silencio, repentino, penoso, se había adueñado de la escena.
—¿Habéis visto lo que habéis hecho? —dijo acusadoramente uno de los guardias
de la casa a Idaho—. Habéis despertado a Dama Jessica.
Los grandes cortinajes se agitaban tras ellos, revelando que la puerta seguía
abierta. No había el menor signo del Duque ni de Yueh. Mapes se mantenía inmóvil a
un lado, mirando heladamente a Idaho. Llevaba un largo vestido marrón con un
dibujo serpentino en él. Sus pies estaban calzados con botas del desierto.
—Así que he despertado a Dama Jessica —murmuró Idaho. Levantó su cabeza
hacia el techo y gritó—: ¡Mi espada ha bebido por primera vez la sangre de
Grumman!
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