Page 166 - Dune
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sedante y…
—Volved a vuestros aposentos y dejadme arreglar esto a mi manera —dijo
Jessica. Le palmeó el brazo para atemperar la aspereza de su orden—. Es la única
manera.
Bruscamente, con la cabeza erguida, dio media vuelta y se dirigió con paso
resuelto hacia sus habitaciones. Frías paredes… corredores… una puerta familiar…
Abrió la puerta, entró, y la cerró violentamente a sus espaldas. Jessica permaneció
inmóvil en medio de la estancia, mirando furiosamente las ventanas protegidas con
escudos de su salón. ¡Hawat! ¿Acaso se halla a sueldo de los Harkonnen? Habrá que
verlo.
Jessica se dirigió hacia el antiguo y mullido sillón recubierto de piel de schlag
repujada, y lo corrió para que quedara frente a la puerta. Bruscamente fue consciente
de la presencia real del crys en la funda sujeta a su pantorrilla. Lo tomó con su funda
y lo sujetó a su brazo, comprobando su peso. Una vez más su mirada recorrió toda la
estancia, registrando en su mente la posición exacta de cada objeto para un caso de
emergencia: la silla en el rincón, los sillones de recto respaldo contra la pared, las dos
mesas bajas, la cítara en su pedestal, junto a la puerta del dormitorio.
Las lámparas a suspensor irradiaban una pálida claridad rosada. Disminuyó su
intensidad, se sentó en el sillón, acariciando su tapizado, apreciando por primera vez
su pesada riqueza.
Ahora, que venga, se dijo. Ocurrirá lo que deba ocurrir. Y se dispuso a esperar a
la Manera Bene Gesserit, acumulando paciencia y reservando sus fuerzas.
Mucho antes de lo que esperaba sonó una llamada en la puerta, y Hawat entró a
su mandato.
Le miró sin moverse del sillón, percibiendo en sus movimientos la vibrante
presencia de una energía debida a la droga, y la fatiga que se escondía tras ella. Los
viejos ojos acuosos de Hawat brillaban. Su correosa piel parecía ligeramente amarilla
bajo la luz de la estancia, y una amplia y húmeda mancha se destacaba en la manga
del brazo donde ocultaba su cuchillo.
Captó olor a sangre.
Señaló con la mano uno de los sillones de respaldo recto y dijo:
—Traed este sillón y sentaos frente a mi.
Hawat se inclinó y obedeció. ¡Ese loco borracho de Idaho!, pensó. Estudió el
rostro de Jessica, preguntándose cómo podría salvar la situación.
—Es ya tiempo de aclarar la atmósfera entre nosotros —dijo Jessica.
—¿Qué es lo que turba a mi Dama? —Se sentó, colocando sus manos sobre las
rodillas.
—¡No juguéis conmigo! —restalló ella—. Si Yueh no os ha dicho por qué os he
hecho llamar, alguno de vuestros espías en mi propia casa lo habrá hecho. ¿Podemos
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