Page 163 - Dune
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¡Gran Madre! ¡Está borracho!, pensó Jessica.
               El rostro oscuro y redondo de Idaho estaba contorsionado por una mueca. Sus
           cabellos, rizados como el pelaje de un negro macho cabrio, estaban sucios de fango.

           Los desgarrones de su túnica mostraban la camisa que había llevado en la cena.
               Jessica avanzó hacia él.
               Uno de los guardias inclinó la cabeza hacia ella, sin soltar a Idaho.

               —No sabemos qué hacer con él, mi Dama. Ha ocasionado un disturbio ahí fuera,
           negándose a entrar. Temíamos que acudieran algunos nativos y le vieran. No hubiera
           sido bueno para nosotros. Nos hubiera dado mala fama.

               —¿Dónde ha estado? —preguntó Jessica.
               —Ha escoltado a una de las jóvenes invitadas a la cena, mi Dama. Ordenes de
           Hawat.

               —¿Qué joven invitada?
               —Una de las chicas de la escolta. ¿Comprendéis, mi Dama? —miró a Mapes y

           bajó la voz—. Siempre se llama a Idaho para la vigilancia de esas mujeres.
               Y Jessica pensó: ¡Ciertamente! Pero ¿por qué está bebido?
               Frunció el ceño y se volvió hacia Mapes.
               —Mapes, tráele un estimulante. Sugiero cafeína. Quizá quede todavía un poco de

           café de especia.
               Mapes se alzó de hombros y se dirigió hacia las cocinas. Los cordones de sus

           botas del desierto azotaron rítmicamente el suelo.
               Idaho volvió penosamente su cabeza hacia Jessica, en un ángulo absurdo.
               —He matado más de tres… trescientos hombres po… por el Duque —murmuró
           —. ¿Queréis sa… saber por qué est… oy aquí? No puedo vi… vivir allá ab… ajo. No

           puedo vi… vir abajo. ¿Qué condenado lugar es éste, uhhh?
               El sonido de una puerta lateral al abrirse atrajo la atención de Jessica. Se volvió,

           viendo a Yueh avanzar hacia ellos, con su maletín de médico en su mano izquierda.
           Iba  completamente  vestido,  y  se  le  veía  pálido  y  exhausto.  El  tatuaje  diamantino
           destellaba en su frente.
               —¡El buen doc… tor! —hipó Idaho—. ¿Cómo estáis, doc…? ¿El hombre de las

           gasas y de las pil… píldoras? —Se volvió trabajosamente hacia Jessica—. Me estoy
           portando como un id… idiota, ¿eh?

               Jessica frunció el ceño y permaneció silenciosa, preguntándose: ¿Por qué tendría
           que emborracharse Idaho? ¿Acaso le han drogado?
               —Demasiada cerveza de especia —dijo Idaho, intentando enderezarse.

               Mapes volvió con una humeante taza en sus manos, y se detuvo indecisa detrás de
           Yueh. Miró a Jessica, que agitó la cabeza.
               Yueh depositó su maletín en el suelo, hizo una inclinación a Jessica y dijo:

               —Así que cerveza de especia, ¿eh?




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