Page 157 - e-book
P. 157
AUTOR Libro
esperar la reacción de Sam.
Sam asintió una vez con rostro imperturbable. Efectuó un breve comentario en
un idioma desconocido, lleno de consonantes líquidas, del que sólo estaba segura
que no era francés ni castellano, por lo que supuse que era quileute. Se volvió y entró
en casa de Jacob. Los demás —asumí que se trataba de Paul, Jared y Embry— le
siguieron.
—De acuerdo.
Jacob pareció un poco menos furioso cuando se marcharon los otros. Su rostro
estaba más calmado, pero también reflejaba más desesperación. Las comisuras de su
boca se mostraban permanentemente caídas.
Respiré hondo.
—Sabes lo que quiero saber.
No respondió. Se limitó a mirarme con frialdad.
Le devolví la mirada y el silencio se prolongó. El dolor de su rostro hizo que me
encontrara incómoda. Sentí que se me empezaba a formar un nudo en la garganta.
—¿Podemos dar un paseo? —pregunté mientras aún era capaz de hablar.
No reaccionó de modo alguno. Su rostro no cambió.
Salí del coche al sentirme observada por ojos invisibles detrás de las ventanas y
comencé a dirigirme al norte, hacia los árboles. Levanté un sonido de succión al
andar sobre el barro de la cuneta y del herbazal. Como era el único sonido, pensé en
un primer momento que no me seguía, pero lo tenía justo al lado cuando miré a mi
alrededor. Sus pies habían encontrado un camino menos ruidoso que el mío.
Me sentí mejor en la hilera de árboles, donde lo más probable era que Sam no
pudiera observarnos. Me devané los sesos para decidir cuáles eran las palabras más
adecuadas, pero no se me ocurrió nada. Sólo me sentía más y más enfadada porque
Jacob se hubiera dejado engañar sin que Billy hubiera hecho nada por impedirlo..., y
porque Sam fuera capaz de mantener tal calma y seguridad...
De pronto, Jacob aceleró el ritmo y me dejó fácilmente atrás con sus largas
piernas. Luego, se giró y se quedó en medio del camino, de frente a mí, para que yo
también tuviera que detenerme.
Me quedé abstraída por la manifiesta gracilidad de su movimiento. Jacob había
sido tan patoso como yo a causa de su interminable estirón. ¿Cuándo se había
operado semejante cambio?
No me concedió la oportunidad para pensar en ello.
—Terminemos con esto —dijo con voz ronca y metálica.
Esperé. Él sabía lo que yo quería.
—No es lo que crees —de pronto, su voz reflejó un gran cansancio—. No es lo
que yo pensaba... Estaba muy desencaminado.
—En ese caso, ¿qué es?
Estudió mi rostro durante un buen rato y estuvo haciendo conjeturas. El enfado
no abandonó sus ojos en ningún momento.
—No te lo puedo decir —contestó al fin.
Mi mandíbula se tensó cuando mascullé:
- 157 -

