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AUTOR                                                                                               Libro
               feliz que está de verte, pero... estoy un poco preocupado por el efecto que pueda
               tener tu visita.
                     —Yo también, Charlie, yo también. No habría venido si hubiera tenido idea de
               lo que había pasado. Lo siento.
                     —No te disculpes, cielo, ¿quién sabe? Tal vez sea bueno para ella.
                     —Espero que tengas razón.
                     Hubo una larga pausa mientras los tenedores rascaban los platos y Charlie
               masticaba. Me pregunté donde escondía Alice la comida.
                     —Alice, tengo que preguntarte algo —dijo Charlie con torpeza.
                     Alice estaba tranquila.
                     —Adelante.
                     —¿Va a venir Edward a visitarla también? —inquirió. Noté la ira reprimida en
               la voz de Charlie.
                     Alice contestó con aplomo y un tono de voz suave.
                     —Ni siquiera sabe que estoy aquí. La última vez que hablé con él estaba en
               Sudamérica.
                     Me envaré al escuchar esta nueva información y presté más atención.
                     —Eso es algo, al menos —bufó Charlie—. Bueno, espero que lo esté pasando
               bien.
                     La voz de Alice se aceró por vez primera.
                     —Si  yo   estuviera  en   tu  lugar,   no   haría  suposiciones   —sabía  cómo   podían
               llamear sus ojos cuando empleaba ese tono.
                     Una silla se separó rápidamente de la mesa, arañando de manera ruidosa el

               suelo. Me imaginé que había sido Charlie al levantarse; no albergaba duda alguna de
               que Alice no habría hecho semejante ruido. El grifo se abrió y un chorro de agua se
               estrelló sobre un plato.
                     No parecía que fueran a seguir hablando de Edward, por lo que decidí que ya
               era hora de levantarme.
                     Me di la vuelta y reboté contra los muelles a fin de que chirriaran. Luego
               bostecé de forma audible.
                     Todo estaba tranquilo en la cocina.
                     Me estiré y gruñí.
                     —¿Alice? —pregunté de forma inocente; la ronquera que todavía me raspaba la
               garganta añadió un toque muy apropiado a la charada.
                     —Estoy en la cocina, Bella —me llamó Alice, sin que hubiera rastro en su voz de
               que sospechara que había escuchado a escondidas su conversación, pero a ella se le
               daba bien ocultar estas cosas.
                     Charlie tenía que marcharse ya, porque estaba ayudando a Sue Clearwater a
               hacer los arreglos pertinentes para el funeral. Habría sido un día muy largo sin Alice.
               No habló de irse en ningún momento y yo no le pregunté. Sabía que su marcha era
               inevitable, pero me lo quité de la cabeza.
                     En vez de eso, hablamos sobre su familia, de todos menos de uno.
                     Carlisle trabajaba por las noches en Ithaca y enseñaba a tiempo parcial en la




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