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trasera. De pronto, se quedó petrificado.
Alice permanecía inmóvil al pie de las escaleras.
—Bella —dijo con voz entrecortada.
Me levanté como pude y acudí a su lado dando tumbos. Alice tenía la mirada
ausente, lejana; el rostro, demacrado y blanco como la cal. Su cuerpo esbelto
temblaba a resultas de una enorme conmoción interna.
—¿Qué pasa, Alice? —chillé.
Tomé su rostro entre mis manos en un intento de calmarla. De pronto, centró en
mí sus ojos abiertos y colmados de dolor.
—Edward —logró articular.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente fuera capaz de comprender las
implicaciones de su respuesta. Al principio, no entendí por qué la que la habitación
daba vueltas ni de dónde venía el eco del rugido que me pitaba en los oídos. Me
devané los sesos, pero no fui capaz de encontrarle sentido al rostro funesto de Alice
ni de averiguar qué relación podía guardar con Edward; entretanto, empecé a
tambalearme en busca del alivio de la inconsciencia antes de que la realidad me
hiciera daño.
La escalera se inclinó en un ángulo extraño.
De pronto, llegó a mi oído la voz furiosa de Jacob profiriendo un torrente de
blasfemias. Me invadió una suave ola de desaprobación. Resultaba evidente que sus
nuevos amigos eran una mala influencia.
Me encontré encima del sofá antes de comprender cómo había llegado hasta
allí. Jacob seguía soltando tacos. Me daba la impresión de que se había desatado un
terremoto a juzgar por el modo en que el sofá se agitaba debajo de mi cuerpo.
—¿Qué le has hecho? —preguntó él.
Alice le ignoró.
—¿Bella? Reacciona, Bella, tenemos prisa.
—Mantente lejos —le previno Jacob.
—Cálmate, Jacob Black —le ordenó Alice—. No querrás transformarte tan cerca
de ella.
—No creo que tenga problemas en recordar cuál es mi verdadero objetivo —
replicó, pero su voz sonó un poco más apaciguada.
—¿Alice? —intervine con voz débil—. ¿Qué ha pasado? —pregunté incluso a
pesar de no querer oírlo.
—No lo sé —se lamentó inopinadamente—. ¡¿Qué se le habrá ocurrido?!
Hice un esfuerzo por incorporarme a pesar de los vahídos. No tardé en darme
cuenta de que lo que aferraba en realidad para recuperar el equilibrio era el brazo de
Jacob. Era él quien temblaba, y no el sofá.
Alice había sacado un móvil plateado del bolso cuando la reubiqué en la
estancia. Tecleaba los números a tal velocidad que se le desdibujaban los dedos.
—Rose, necesito hablar con Carlisle ahora mismo —soltó de sopetón—. Bien,
pero que me llame en cuanto llegue. No, habré tomado un vuelo. Oye, ¿sabes algo de
Edward?
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