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AUTOR                                                                                               Libro
                     —No te preocupes —repuse entre dientes—. Esta vez empecé yo.
                     Su rostro se crispó.
                     —Sabía lo que sentías por ellos. No debería haberme sorprendido de ese modo.
                     Vi   la   repulsa   en   sus   ojos   y   quise   explicarle   cómo   era  Alice   en   realidad,
               defenderla, desmentir la opinión que se había formado de ella, pero algo me previno
               de que no era el momento.
                     Por tanto, me limité a decir:
                     —Lo siento.
                     Una vez más.
                     —No hay de qué preocuparse, ¿vale? Sólo está de visita, ¿no? Se irá y las aguas
               volverán a su cauce.
                     —¿No puedo ser amiga de los dos al mismo tiempo? —pregunté. Mi voz no
               ocultó ni una pizca del dolor que me embargaba.
                     Movió la cabeza muy despacio negando esa posibilidad.
                     —No, no creo que sea posible.
                     Sollocé y clavé la vista en sus pies enormes.
                     —Pero ¿me esperarás, verdad? ¿Seguirás siendo mi amigo aunque también
               quiera a Alice?
                     No alcé los ojos, temerosa de lo que iba a pensar de la última parte. Necesitó un
               minuto para responder, por lo que probablemente fue un acierto no mirarle.
                     —Sí, siempre seré tu amigo —dijo con brusquedad— sin tener en cuenta a
               quién ames.
                     —¿Prometido?

                     —Prometido.
                     Me rodeó con los brazos y yo apoyé la cabeza sobre su pecho sin dejar de
               sollozar.
                     —¡Qué asco de situación!
                     —Sí —entonces, olisqueó mi pelo y dijo—: Puaj.
                     —¡¿Qué?! —pregunté y levanté la vista para verle arrugar la nariz—. ¿Por qué
               os ha dado a todos por hacerme eso? ¡No huelo!
                     Esbozó una leve sonrisa.
                     —Sí, sí hueles, hueles como ellos. Demasiado dulce y empalagoso... y helado...
               Me arde la nariz.
                     —¿De verdad? —aquello resultaba muy extraño. Alice olía increíblemente bien,
               al menos para un humano—. Entonces, ¿por qué Alice cree también que yo huelo?
                     Aquello le borró la sonrisa de la cara.
                     —¿Qué...? Tal vez mi olor tampoco sea de su agrado, ¿no?
                     —Bueno, a mí me gusta cómo oléis los dos.
                     Volví a apoyar la cabeza sobre su pecho. Le iba a echar mucho de menos en
               cuanto saliera por la puerta. Era una situación peliaguda y sin escapatoria. Por una
               parte,   deseaba   que   Alice   se   quedara   para   siempre,   y   me   iba   a   morir   —
               metafóricamente hablando— cuando me dejara, pero ¿cómo se suponía que iba a
               seguir sin ver a Jacob ni un segundo? ¡Menudo lío!, pensé una vez más.




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