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incluso la necesidad de parpadear. Edward parecía estar perfectamente feliz
teniéndome en sus brazos, con sus dedos recorriéndome el rostro una y otra vez. Yo
también le toqué la cara. No podía parar, aunque temía que luego, cuando volviera a
estar sola, eso me haría sufrir más. Continuó besándome el pelo, la frente, las
muñecas... pero nunca los labios y eso estuvo bien. Después de todo, ¿de cuántas
maneras se puede destrozar un corazón y esperar de él que continúe latiendo? En los
últimos días había sobrevivido a un montón de cosas que deberían haber acabado
conmigo, pero eso no me hacía sentirme más fuerte. Al contrario, me notaba
tremendamente frágil, como si una sola palabra pudiera hacerme pedazos.
Edward no habló. Quizás albergaba la esperanza de que me durmiera. O quizá
no tenía nada que decir.
Salí triunfante en la lucha contra mis párpados pesados. Estaba despierta
cuando llegamos al aeropuerto de Atlanta e incluso vimos el sol comenzando a
alzarse sobre la cubierta nubosa de Seattle antes de que Edward cerrara el estor de la
ventanilla. Me sentí orgullosa de mí misma. No me había perdido ni un solo minuto.
Alice y Edward no se sorprendieron por la recepción que nos esperaba en el
aeropuerto Sea-Tac, pero a mí me pilló con la guardia baja. Jasper fue el primero que
divisé, aunque él no pareció verme a mí en absoluto. Sólo tenía ojos para Alice. Se
acercó rápidamente a ella, aunque no se abrazaron como otras parejas que se habían
encontrado allí. Se limitaron a mirarse a los ojos el uno al otro, y a pesar de todo, de
algún modo, el momento fue tan íntimo que me hizo sentir la necesidad de mirar
hacia otro lado.
Carlisle y Esme esperaban en una esquina tranquila lejos de la línea de los
detectores de metales, a la sombra de un gran pilar. Esme se me acercó, abrazándome
con fuerza y cierta dificultad, porque Edward aún mantenía sus brazos en torno a mí.
—¡Cuánto te lo agradezco...! —me susurró al oído.
Después, se arrojó en brazos de Edward y parecía como si estuviera llorando a
pesar de que no era posible.
—Nunca me hagas pasar por esto otra vez —casi le gruñó.
Edward le dedicó una enorme sonrisa, arrepentido.
—Lo siento, mamá.
—Gracias, Bella —me dijo Carlisle—. Estamos en deuda contigo.
—Para nada —murmuré. La noche en vela empezaba a pasarme factura. Sentía
la cabeza desconectada del cuerpo.
—Está más muerta que viva —reprendió Esme a Edward—. Llévala a casa.
No sabía si era a casa adonde quería irme ahora; llegados a este punto, me
tambaleé, medio ciega a través del aeropuerto, mientras Edward me sujetaba de un
brazo y Esme por el otro.
No estaba segura de si Alice y Jasper nos seguían o no, y me sentía demasiado
exhausta para mirar.
Creo que, aunque continuara andando, en realidad estaba dormida cuando
llegamos al coche. La sorpresa de ver a Emmett y Rosalie apoyados contra el gran
Sedán negro, bajo las luces tenues del aparcamiento, me recordó algo. Edward se
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