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envaró.
—No lo hagas —susurró Esme—. Ella lo ha pasado fatal.
—Qué menos —dijo Edward, sin hacer intento alguno de bajar la voz.
—No ha sido culpa suya —intervine yo, con la voz pastosa por el agotamiento.
—Déjala que se disculpe —suplicó Esme—. Nosotros iremos con Jasper y Alice.
Edward fulminó con la mirada a aquella vampira rubia, absurdamente
hermosa, que nos esperaba.
—Por favor, Edward —le dije. No me apetecía viajar con Rosalie más que a él,
pero yo había causado suficiente discordia ya en su familia.
Él suspiró y me empujó hacia el coche.
Emmett y Rosalie se deslizaron en los asientos delanteros sin decir una palabra,
mientras Edward me acomodaba otra vez en la parte trasera. Sabía que no iba a
conseguir mantener abiertos los párpados mucho más tiempo, así que dejé caer la
cabeza contra su pecho, derrotada, y permití que se cerraran. Sentí que el coche
revivía con un ronroneo.
—Edward —comenzó Rosalie.
—Ya sé —el tono brusco de Edward no era nada generoso.
—¿Bella? —me preguntó con suavidad.
Mis párpados revolotearon abiertos de golpe. Era la primera vez que ella se
dirigía a mí directamente.
—¿Sí, Rosalie?—le pregunté, vacilante.
—Lo siento muchísimo, Bella. Me he sentido fatal con todo esto y te agradezco
un montón que hayas tenido el valor de ir y salvar a mi hermano después de todo lo
que hice. Por favor, dime que me perdonas.
Las palabras eran torpes, y sonaban forzadas por la vergüenza, pero parecían
sinceras.
—Por supuesto, Rosalie —mascullé, aferrándome a cualquier oportunidad que
la hiciera odiarme un poco menos—. No ha sido culpa tuya en absoluto. Fui yo la que
saltó del maldito acantilado. Claro que te perdono.
El discurso me salió de una sensiblería bastante empalagosa.
—No vale hasta que recupere la conciencia, Rose —se burló Edward.
—Estoy consciente —repliqué; sólo que sonó como un suspiro incomprensible.
—Déjala dormir —insistió Edward, pero ahora su voz se volvió un poco más
cálida.
Todo quedó en silencio, a excepción del suave ronroneo del motor. Debí de
quedarme dormida, porque me pareció que sólo habían pasado unos segundos
cuando la puerta se abrió y Edward me sacó del coche. No podía abrir los ojos. Al
principio, pensé que todavía estábamos en el aeropuerto.
Y entonces escuché a Charlie.
—¡Bella! —gritó a lo lejos.
—Charlie —murmuré, intentando sacudirme el sopor.
—Silencio —susurró Edward—. Todo va bien; estás en casa y a salvo. Duérmete
ya.
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