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AUTOR                                                                                               Libro







                                                     La verdad




                     Me dio la sensación de haber dormido mucho tiempo. A pesar de eso, tenía el
               cuerpo agarrotado, como si no hubiera cambiado de postura ni una sola vez en todo
               ese tiempo. Me costaba pensar y estaba aturdida; dentro de mi cabeza revoloteaban
               aún perezosamente extraños sueños de colores —sueños y pesadillas—. Eran tan
               vividos...   Unos   horribles   y   otros   divinos,   todos   entremezclados   en   un   revoltijo
               estrafalario.   Sentía   a   la   vez   una   gran   impaciencia   y   miedo,   dos   componentes
               fundamentales de ese tipo de sueño frustrante en el que no puedes mover los pies
               con suficiente rapidez... Y todo estaba lleno de monstruos y fieras de ojos rojos cuyos
               modales refinados les hacían aún más horrendos. El sueño permanecía nítido en mi
               mente, tanto, que incluso podía recordar sus nombres, pero lo más fuerte, lo que
               percibía con mayor precisión no era el horror. Era el ángel lo que veía con claridad.
                     Me resultó duro dejarle ir y despertarme. Este sueño no tendría que arrojarlo a
               ese sótano lleno de pesadillas que me negaba a revivir. Luché con eso mientras mi
               mente recuperaba el estado de alerta y se concentraba en la realidad. No recordaba
               en qué día de la semana nos encontrábamos, pero estaba segura de que me esperaban
               Jacob, el colegio, el trabajo o algo. Inspiré profundamente, preguntándome cómo
               podría enfrentarme a otro día más.
                     Algo frío tocó mi frente con el más suave de los roces.
                     Cerré los ojos con más fuerza todavía. Al parecer, pese a que lo sentía como algo
               anormalmente   real,  seguía  soñando.   Estaba   tan   cerca  de  despertarme...   sólo   un
               segundo más y todo habría desaparecido.
                     Pero   en   ese   momento   me   di   cuenta   de   que   lo   que   palpaba   parecía   real,
               demasiado real para que fuera bueno para mí. Los imaginarios brazos pétreos que
               me envolvían resultaban demasiado consistentes. Me iba a arrepentir luego si dejaba
               que esto llegara aún más lejos. Suspiré resignada y abrí los párpados bruscamente
               para disipar la ilusión.
                     —¡Oh! —jadeé y me froté los ojos con las manos.
                     Bien, sin duda había ido demasiado lejos; había sido un error permitir que mi
               imaginación se me fuera tanto de las manos. Vale, quizá «permitir» no era la palabra

               correcta. En realidad, era yo quien la había forzado demasiado, con tanto ir en pos de
               mis alucinaciones y ahora, en consecuencia, mi mente se había colapsado.
                     Me llevó menos de un segundo caer en la cuenta de que ya que ahora estaba
               loca de forma irremediable, al menos, podía aprovechar y disfrutar de las falsas
               ilusiones mientras éstas fueran agradables.
                     Abrí los ojos otra vez y Edward aún estaba allí, con su rostro perfecto a sólo
               unos cuantos centímetros del mío.




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