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—Bella, me marché con los Vulturis porque pensé que habías muerto —dijo con
miel en la voz pero con rabia en los ojos—. Incluso aunque yo no hubiera tenido nada
que ver con tu muerte... —se estremeció al pronunciar la última palabra—. Me
hubiera ido a Italia aunque no hubiera ocurrido por culpa mía. Es obvio que debería
haber sido más cuidadoso, tendría que haberle preguntado a Alice directamente, en
lugar de aceptarlo de labios de Rosalie, de segundas. Pero vamos a ver... ¿Qué se
suponía que debía pensar cuando el chico dijo que Charlie estaba en el funeral?
¿Cuáles eran las probabilidades?
»Las probabilidades... —murmuró entonces, distraído. Su voz sonaba tan baja
que no estaba segura de haberle oído bien—. Las probabilidades siempre están
amafiadas en contra nuestra. Error tras error. No creo que vuelva a criticar nunca
más a Romeo.
—Pero hay algo que aún no entiendo —dije—, y ése es el punto más importante
de la cuestión: ¿y qué?
—¿Perdona?
—¿Y qué pasaba si yo había muerto?
Me miró dudando durante un momento muy largo antes de contestar.
—¿No recuerdas nada de lo que te he dicho desde que nos conocimos?
—Recuerdo todo lo que me has dicho.
Claro que me acordaba... incluyendo las palabras que negaban todo lo anterior.
Rozó con la yema de su frío dedo mi labio inferior.
—Bella, creo que ha habido un malentendido —cerró los ojos mientras movía la
cabeza de un lado a otro con media sonrisa en su rostro hermoso, y no era una
sonrisa feliz—. Pensé que ya te lo había explicado antes con claridad. Bella, yo no
puedo vivir en un mundo donde tú no existas.
—Estoy... —la cabeza me dio vueltas mientras buscaba la expresión adecuada
—. Estoy hecha un lío —ésa iba bien, ya que no le encontraba sentido a sus palabras.
Me miró profundamente a los ojos con una mirada seria y honesta.
—Soy un buen mentiroso, Bella, tuve que serlo.
Me quedé helada, y los músculos se me contrajeron como si hubiera sufrido un
golpe. La línea que marcaba el agujero de mi pecho se estremeció y el dolor que me
produjo me dejó sin aliento.
Me sacudió por los hombros, intentando relajar mi rígida postura.
—¡Déjame acabar! Soy un buen mentiroso, pero desde luego, tú tienes tu parte
de culpa por haberme creído con tanta rapidez—hizo un gesto de dolor—. Eso fue...
insoportable.
Esperé, todavía paralizada.
—Te refieres a cuando estuvimos en el bosque, cuando me dijiste adiós...
No podía permitirme el recordarlo. Luché por mantenerme en el momento
presente. Edward susurró:
—No ibas a dejar que lo hiciera por las buenas. Me daba cuenta. Yo no deseaba
hacerlo, creía que me moriría si lo hacía, pero sabía que si no te convencía de que ya
no te amaba, habrías tardado muy poco en querer acabar con tu vida humana. Tenía
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