Page 141 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a B Bá ár rb ba ar ra a: :: : I IX X. . L Lo os s r re et to oz zo os s d de e m mí ís st te er r D Da an ng ge er r R Ró óm mu ul lo o G Ga al ll le eg go os s
Pero ¿no se había propuesto, acaso, cuando resolvió internarse en el hato, renunciando a sus sueños de existencia
civilizada, convertirse en el caudillo de la llanura para reprimir el bárbaro señorío de los caciques, y no era con el brazo
armado y la gloria roja de la hazaña sangrienta como tenía que luchar con ellos para exterminarlos? ¿No había dicho ya
que aceptaba el camino por donde el atropello lo lanzaba a la violencia? Ahora no podía volverse.
Y avanzó solo con el trágico arrebiato. Solo y convertido en otro hombre.
I IX X. . L LO OS S R RE ET TO OZ ZO OS S D DE E M MÍ ÍS ST TE ER R D DA AN NG GE ER R
Ya mister Danger se disponía a recogerse a dormir, cuando ladraron los perros y se oyeron las pisadas de un caballo.
–¿Quién vendrá para acá a estas horas? –se preguntó asomándose a la puerta.
Comenzaba a salir la luna, pero sobre las sabanas del Lambedero aún reposaban densas tinieblas, bajo un cielo
anubarrado, en una atmósfera sofocante.
–¡Oh! Don Balbino –exclamó por fin mister Danger, al reconocer al inoportuno visitante–. ¿Qué lo trae por aquí a
estas horas?
–A saludarlo, don Guillermo. Como pasaba cerca de aquí, me dije: Déjeme llegarme hasta allá a saludar a don
Guillermo, que no lo he visto después que regresó de San Fernando.
No podía creer mister Danger en la sinceridad de tales demostraciones de amistad de Balbino Paiba, ni se las
estimaba tampoco, pues, aparte ciertas complicidades, Balbino no era sino uno de los que él llamaba amigos de su
whisky, y lo recibió con exclamaciones sarcásticas:
–¡Oh! ¡Caramba! ¡Qué honor para mí que usted haya venido a saludarme cuando yo iba a dormirme! Muchas
gracias, don Balbino. Eso merece un palito. Entre y siéntese mientras se lo sirvo. Ya no hay peligro del cunaguaro,
porque se me murió, ¡el pobrecito!
–¿De veras? ¡Qué lástima! –exclamó Balbino, tomando asiento–. Era un bonito animal aquel cachorro y usted estaba
muy encariñado con él. Debe de hacerle mucha falta.
–¡Oh! Usted piense: todas las noches, antes de acostarme, retozaba con él un buen rato –repuso mister Danger,
mientras servía dos copas de whisky de la botella recién descorchada que tenía sobre el escritorio.
Vaciaron las copas, Balbino se enjugó los bigotazos y dijo:
–Gracias, don Guillermo. Que se le convierta en salud –y en seguida–: ¿Y qué era de su vida? Esta vez se quedó
usted mucho tiempo en San Fernando. ¿Para olvidarse del cunaguarito? Ya se estaba diciendo por aquí que usted se
había ido para su tierra. Pero yo dije: Lo que es don Guillermo no se va más de esta tierra; ése es más criollo que
nosotros y le haría falta la guachafita.
–¡Eso, don Balbino! ¡Eso es lo sabroso de esta tierra! Yo siempre digo como aquel general de ustedes, no me
recuerdo el nombre... Uno que decía: «Si se acaba la guachafita, me voy.»
Y soltó la risa, ancha como su faz rubicunda.
–¿No le digo? Usted es más criollo que la guasacaca.
–También es muy sabrosa la guasacaca. Todas las cosas que empiezan por guá son muy sabrosas: guachafita,
guasacaca, guaricha bonita... ¡Guá, míster Danger! Vamos a pegarnos un palo, como me dicen los amigos siempre que
se encuentran conmigo.
–¡Ah, míster Danger! Ojalá todos los extranjeros que vinieran por aquí fueran como usted –dijo Balbino, lisonjero,
preparando ya el terreno.
–¿Y usted, qué tal, don Balbino? ¿Cómo marchan los negocios? –preguntó míster Danger, sacando su cachimba y
dándole las primeras chupetadas–. ¿Siempre tan buena moza doña Bárbara? Eso no empieza por guá, pero también es
muy sabroso, ¿verdad, don Balbino? ¡Este don Balbino bribón!
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