Page 143 - Doña Bárbara
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Míster Danger se arrellanó en el asiento, estiró las piernas, y sin quitarse la cachimba de la boca, dijo, como
ocurrencia súbita:
–Ya que eso ha venido a la conversación, dígame don Balbino: ¿no ha pasado nunca usted por el chaparral de El
Totumo?
Haciendo de tripas corazón, Balbino respondió, con el tono con que se habla de cosas sin importancia:
–Por el chaparral propiamente no. Cerca sí he pasado cuando he tenido que ir a San Fernando.
–Es extraño –dijo míster Danger, rascándose la cabeza.
–¿Por qué le extraña? –interrogó Balbino, clavándole una mirada penetrante.
Pero la respuesta fue ésta:
–Yo sí he pasado. Ahora cuando venía de San Fernando, al día siguiente de haber estado allí las autoridades.
Registré todo el chaparral y me convencí, una vez más, de que los jueces de este país tienen los ojos por adorno, como
dice uno de mis amigos de San Fernando.
Mientras así hablaba, con la cabeza reclinada en el alto respaldar de la silla de extensión donde se había arrellanado,
aparentemente mirando el humo de su cachimba, pero sin perder de vista el rostro de Balbino, abrió la gaveta de su
escritorio y sacó algo que su interlocutor no pudo ver, pues lo ocultaba dentro de su manaza apuñada.
Balbino perdió la noción del tiempo, y le pareció que había dejado transcurrir largo rato para replicar, cuando, por el
contrario, lo hizo apenas terminara de hablar míster Danger.
–¿Qué fue lo que usted vio que no hubieran mirado las autoridades?
–Vi...
Pero se interrumpió en seguida para observar el objeto que había sacado del escritorio, con el aire de quien se
encuentra de pronto entre las manos algo que no cree tener.
–¿Esto no es suyo, don Balbino? Creo que es de usted este corotico de chimó.
Y mostró una de esas cajitas talladas en madera negra de corazón, donde llevan el chimó los que acostumbran
saborear esta inmundicia.
Con un movimiento maquinal, Balbino se palpó los bolsillos del liquiliquí, para cerciorarse de si llevaba allí aquel
«corotico», sin acordarse de que hacia tiempo lo había perdido.
–Sí –concluyó míster Danger, después de haber observado el monograma que ostentaba la tapa del artefacto–. Esto
es de usted, don Balbino.
Perdido ya el dominio de sí mismo, Balbino se llevó la diestra al revólver, poniéndose de pie, pero míster Danger
replicó burlón:
–¡Oh! No hay necesidad de eso, don Balbino. Tome su corotico. Yo no pensaba quedarme con él.
Haciendo un esfuerzo visible por serenarse, Balbino interrogó:
–¿Qué significa todo esto, míster Danger?
–¡Es muy claro, hombre! Que usted dejó ese corotico olvidado, y que yo me lo encontré y me dije: esto es de don
Balbino, él vendrá por aquí a buscarlo. Vamos a guardárselo. Pero ya veo que usted se ha imaginado otra cosa. No, don
Balbino, no tenga usted cuidado. No fue en el chaparral de El Totumo donde encontré este corotico, ni tampoco al pie
del paraguatán de La Matica.
–Yo hice muy bien mis cosas –se había dicho éste–. Ni un rastro mío dejé en el chaparral, y si son las plumas, ni
brujos que fueran podrían descubrir dónde las tengo escondidas.
Mas he aquí que ahora, aunque creía no haber llevado consigo al chaparral aquel utensilio que le devolvía míster
Danger, tampoco podía asegurar si fue realmente allá donde lo perdió, y, por otra parte, la alusión al paraguatán de La
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