Page 147 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   X XI I. .   L Lu uz z   e en n   l la a   c ca av ve er rn na a                              R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s

               Doña Bárbara volvió a fijar la vista sobre el cadáver, en cuyo rostro exangüe se mezclaban la lívida luz de la luna y
            los reflejos cárdenos de un candil que una de las mujeres sostenía entre sus manos trémulas. Entretanto, el mudo círculo
            de espectadores esperaba el resultado de aquella cavilación.

               De pronto levantó los ojos y miró en derredor, como si buscase a alguien.
               –¿Dónde está Balbino?
               Aunque todos sabían que Balbino no estaba entre ellos, todas las miradas lo buscaron en el grupo, con simultáneo
            movimiento maquinal, y luego, con una sospecha unánime, suscitada en los ánimos hostiles al mayordomo por aquella
            capciosa pregunta, cruzáronse las miradas que interrogaban:
               –¿Habrá sido Balbino?
               –¡Ya está! –se dijo mentalmente doña Bárbara, al advertir que sus palabras habían surtido el efecto buscado, y en

            seguida, con la entonación de visionaria con que administraba su fama de bruja, y dirigiéndose a dos de sus peones
            entre los cuales ya podía ir eligiendo el sustituto de Melquíades Gamarra:
               –En La Matica, al pie de un paraguatán, están enterradas las plumas de garza del doctor Luzardo. Allí debe de estar
            Balbino desenterrándolas. Ándense allá, ligero. Llévense dos winchesters y…, tráiganme las plumas. ¿Comprenden? –Y
            en seguida a los demás–: Ya pueden levantar el cadáver. Llévenlo a su casa, y vélenlo allá.

               Y se retiró a sus habitaciones, dejándole a la peonada un fecundo motivo de comentarios para la tertulia del velorio
            de Melquíades.
               –Yo lo que aseguro, es que si fue Balbino, por ahí había palos gruesos con que taparse, porque de hombre a hombre
            le quedaba grande el difunto.
               Y luego:
               –Vamos a ver si también se les mete detrás de los palos a éstos que han salido a prenderlo.
               Y durante largo rato la expectativa los mantuvo en silencio, atentos a los rumores lejanos.
               Por fin oyéronse detonaciones hacia los lados de La Matica.

               –Ya empezaron a trabajar los güinchestes –dijo uno.
               –Hay un revólver contestando –añadió otro–. ¿No sería bueno que nos llegáramos hasta allá a ayudar a los
            muchachos?
               Y ya algunos se disponían a encaminarse a La Matica, cuando apareció doña Bárbara, diciéndoles:
               –No hay necesidad. Ya Balbino cayó.

               Volvieron a mirarse las caras los vaqueros, con el supersticioso recelo que les inspiraba la «doble vista» de la
            mujerona, y cuando ya ella había entrado de nuevo en la casa, uno insinuó la explicación:
               –¿No se fijaron en que el revólver se calló primero? Los últimos tiros fueron los güinchestes.
               Pero ¿quién les quitaba ya de las cabezas a los servidores de la bruja del Arauca que ella había «visto» lo que estaba
            sucediendo en La Matica?

                                                   X XI I. .   L LU UZ Z   E EN N   L LA A   C CA AV VE ER RN NA A

               Era ya medianoche y hacía más de una hora que cabalgaban en silencio, cuando, a la vista del palmar de La

            Chusmita, observó Pajarote:
               –¿Luz en estas horas en la casa de don Lorenzo? Algo debe de estar pasando allá.
               Santos, que desde El Miedo venía cabizbajo y ajeno a cuanto lo rodeaba, levantó la cabeza, cual si saliese de un
            sueño.
               Tres días habían pasado desde aquella otra noche cuando Antonio Sandoval le dijera que Marisela se había ido para
            el rancho del palmar, y ni un solo instante le había cruzado por la mente, ofuscado por los propósitos de violencia que

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