Page 144 - Doña Bárbara
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Matica no dejaba lugar a dudas: mister Danger estaba en el secreto del crimen y sabía dónde había ocultado el cuerpo
del delito.
–¡Maldición! –exclamó mentalmente–. ¿Quién me mandó venir a proponerle a este hombre que me comprara los
mautes? ¡La codicia, que siempre rompe el saco!
En efecto, ya Balbino, al separarse de doña Bárbara, momentos antes, después de haberla oído decir aquello de:
«Hasta el ganado le tiene grima a la sangre dé sus semejantes», había decidido fugarse del hato con su botín, camino de
la frontera colombiana, y sólo esperaba la obscuridad propicia de la noche para ir a La Matica a desenterrar las plumas;
pero como allí también tenía algunos mautes, producto de la rapacidad incruenta en bienes de la barragana, la codicia le
dictó ir a proponérselos en venta a mister Danger.
Comprendiendo que, ya descubierto, lo mejor era abordar descaradamente el asunto, interrogó:
–Dígame una cosa, don Guillermo, ¿qué me quiere decir usted con eso del paraguatán de La Matica?
–¡Oh! Muy sencillo. Una casualidad puramente. Yo estaba esa noche haciéndole el tiro a un tigre, que me habían
dicho que estaba cebado por allí, y lo vi a usted enterrar un cajón al pie del paraguatán. Yo no sé qué hay dentro de ese
cajón.
–Usted sí sabe, don Guillermo. Déjese de disimulaciones conmigo –replicó Balbino, decidido–. Es la hora y punto
en que estoy yo y con la clase de hombre con quien estoy hablando, al pan, pan, y al vino, vino. Yo no he venido a
ofrecerle mautes sino plumas de garza. Dos arrobas completas y de primera. Póngase en proporción y son suyas. No
serán las primeras plumas manoteadas que usted ha comprado.
Su plan era captarse la complicidad del extranjero, aceptar el precio que quisiera ofrecerle, por irrisorio que fuese,
cerrar el negocio para el día siguiente y marcharse en seguida con su botín. Lo interesante, lo apremiante, era salir del
atolladero en que se había metido.
Pero mister Danger soltó una carcajada y luego dijo:
–Usted se equivoca, don Balbino. Mister Danger no hace negocios que no estén dentro de sus planes. Yo no he
querido sino divertirme un rato con usted. Ese corotico de chimó lo ha dejado usted aquí, sobre mi escritorio, hace una
porción de tiempo. Yo no he estado en el chaparral de El Totumo. Todo ha estado un juego mío, menos lo del
paraguatán de La Matica, ¿eh?
Demudado por la ira, Balbino replicó:
–¿Quiere decir que usted me ha escogido para que le hiciera las veces del cunaguaro? ¿No sabe usted que esos
retozos son muy peligrosos?
Pero en esto gruñeron los perros, y a Balbino se le fue del rostro la sangre del coraje. Se asomó a la puerta, exploró
la obscuridad, y aunque nada vio, dijo:
–De aquí se acaba de ir alguno que estaba oyendo lo que conversábamos. Volvió a reír mister Danger y concluyó:
–¿Ve usted, don Balbino, como hoy no está bueno para meter miedo? Lo más peligroso que hay ahora es ofrecer
plumas. Mister Danger no habla, no porque le tenga miedo a sus amenazas, sino porque a mister Danger no le importa
nada de lo que haya sucedido en el chaparral de El Totumo. Y ahora...
Y castañeteando los dedos le mostró la salida.
No otra cosa quería Balbino; pero no se marchó sin haberle echado encima una mirada terrible, con el
imprescindible acompañamiento de las manotadas a los bigotes, y una vez fuera, le echó la pierna al caballo y cogió el
camino del sitio de La Matica, diciéndose mentalmente:
–Ahora si que no hay tiempo que perder. Ya voy a estar desenterrando mis plumas, y ¡ojos que te vieron, paloma
turca! Viajando de noche y escondiéndome de día en las matas, antes de que puedan ponérseme sobre las huellas, ya
habré pasado la raya de Colombia.
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