Page 151 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   X XI II I. .   L Lo os s   p pu un nt to os s   s so ob br re e   l la as s   h ha ac ch he es s                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
            viaja de noche y tiene que prender un tabaco, deja abierto un ojo solamente, para cuando se le encandile, poder seguir
            sin tropiezo con la remonta del que tenía cerrado y ver clarito en lo obscuro.
               –¡Arrea, María Nieves! Mira que el zambo te va echando tierra –volvió a intervenir Venancio, aludiendo con tales

            palabras a la maña que se daba Pajarote, cuando viajaba en verano, para ponerse a la cabeza de la cabalgata, y de ese
            modo librarse de las polvaredas que levantaran las bestias de los demás.
               En cambio, durante el invierno procuraba siempre quedarse atrás a fin de que, al esguazar los caños crecidos, fueran
            los que marchaban adelante quienes pasasen los trabajos, buscando los vados, y a este ardid se refirió María Nieves, al
            replicar:
               –Ahora él va en la culata, esperando que otro encuentre el paso.
               Pero la réplica de María Nieves tenía un sentido que sólo Pajarote podía entender. De la explicación que éste le

            diera del suceso de Rincón Hondo había deducido aquél que no fue la bala del disparo de Luzardo la que había dado
            muerte al Brujeador, pero que si Pajarote no reclamaba esta gloria, por una delicadeza de bárbara hidalguía, pues se
            trataba de una hazaña que muchos codiciaban, y no querían regateársela al doctor, también se la cedía porque a la hora
            de las responsabilidades ante la ley, a Luzardo le sería más fácil salir impune.
               Ambos estaban acostumbrados a zaherirse sin consideraciones; pero Pajarote no esperaba que María Nieves le

            saliese con aquello y se quedó desconcertado, lo cual hizo exclamar a los circunstantes:
               –¡Se aspeó el zambo! Aprovéchalo, catire. Naricéalo ahí mismo, que ya ése es tuyo.
               Pero María Nieves, comprendiendo que el juego había resultado pesado, respondió:
               –Mi vale sabe que yo y él no nos tiramos.
               Pajarote sonrió. Para los demás, María Nieves lo había derrotado; mas, para ellos dos, el amigo sabía que había sido
            él quien «se pegó» al espanto de la sabana, y con ser el más hombrón entre los que estaban allí, lo admiraba y lo
            envidiaba.
               Momentos después llegaba el mocho Encarnación al patio de los caneyes. Pajarote y María Nieves saliéronle al

            encuentro, preguntando éste:
               –¿Qué lo trae por aquí, amigo?
               –Las ganas de dormir bajo techo, si aquí me lo permiten, y una encomienda que me dieron para el doctor. Una carta
            del juez.
               –¡Ah, caramba! –exclamó Pajarote–. ¿De cuándo acá ha tenido usted necesidad de pedir permiso en esta casa para

            colgar su chinchorro donde le dé gana? Apéese y acomódese donde más le guste y écheme acá esa carta que trae para el
            doctor.
               Con ella en la mano se presentó ante Luzardo, diciéndole:
               –Ya como que reventó la cosa, doctor. Esto es del juez para usted.
               Era de Mujiquita, y refería acontecimientos insólitos.
               «Ayer se presentó por aquí doña Bárbara con las dos arrobas de plumas de garza que te fueron robadas en El
            Totumo y declaró lo siguiente: que habiendo caído en sospechas de que el autor del crimen fuera un tal Balbino Paiba,

            mayordomo de Altamira, al cual despediste a tu llegada a ésa, ordenó a varios de sus peones que lo vigilaran; que dos
            de éstos, cumpliendo aquella orden, lo siguieron hasta el sitio denominado de La Matica y allí lo sorprendieron
            infraganti desenterrando un cajón que resultó contener las plumas de referencia; que lo intimaron se diera preso, y como
            hiciera armas contra ellos, dispararon sobre él y le dieron muerte, en seguida de lo cual, ella se puso en camino para
            ésta, con el cuerpo del delito y a dar cuenta a la autoridad de lo sucedido, así como también de la muerte de Melquíades
            Gamarra (a) el Brujeador, asesinado por el mencionado Paiba, pocos momentos antes del suceso de La Matica y a causa

            de la misma vigilancia a que más arriba hago mención.»

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