Page 60 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   X XI II II I. .   L Lo os s   d de er re ec ch ho os s   d de e   « «M Mí ís st te er r   P Pe el li ig gr ro o» »                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
            las nietas de Melesio Sandoval, y todo en ella daba muestras de aseo y hasta de acicalamiento, a pesar del bajo oficio a
            que se dedicaba.
               Santos se complació en esta transformación, que era obra de unas cuantas palabras suyas, y fue entonces cuando

            vino a fijarse en que la casa tampoco era ya aquel cubil inmundo y maloliente. El piso estaba barrido, y si todavía
            reinaba allí la miseria, ya la incuria había desaparecido.
               Entretanto, míster Danger continuó:
               –Ahora es la señorita Marisela, pero todavía brava como una cunaguara.
               Y moviendo el índice en ademán de amonestaciones:
               –Ayer me sacaste sangre con tus uñas.
               –¡Guá! ¿Pa qué me viene a atocá, pues? –respondió Marisela.

               –Ella se pone brava conmigo porque yo digo: yo te he comprado a tu papá, y cuando él se muera, te voy a llevar
            conmigo; yo tengo en casa un cunaguaro macho y quiero tener también una cunaguara hembra para sacar cunaguaritos.
               Y mientras míster Danger celebraba su brutalidad con estentóreas carcajadas, y Marisela refunfuñaba enojada,
            Santos se dio cuenta del peligro que corría la muchacha bajo la protección de aquel hombre sin piedad, y experimentó
            una vez más la profunda animadversión que le inspiraba.

               –Ya es demasiado –exclamó sin poder contenerse–. Le emborracha usted al padre, la despoja de su patrimonio, y,
            por añadidura, no tiene usted delicadeza para tratarla.
               Mister Danger cortó en seco sus carcajadas, se le obscurecieron los ojos azules, y la sangre huyó de su rostro. Sin
            embargo, no se le alteró la voz al replicar:
               –¡Malo! ¡Malo! Usted quiere ponerse enemigo mío, y yo puedo prohibirle a usted que pise esta tierra donde está
            parado. Yo tengo derechos para prohibírselo.
               –Y yo conozco la historia de los derechos de usted –replicó Santos, con fogosa decisión.
               El yanqui meditó un momento. Luego, desentendiéndose de Santos, sacó su cachimba, la cargó, y mientras 4

            chupaba, aplicándole la llama del fósforo, defendida entre sus enormes y velludas manos, repuso:
               –Usted no conoce nada, hombre. Usted ni siquiera conoce sus derechos.
               Y se marchó, haciendo resonar el suelo duro y sequizo bajo sus anchas plantas de conquistador de tierras mal
            defendidas.
               Santos sintió que la indignación se le convertía en vergüenza, pero en seguida reaccionó:

               –Pronto se convencerá usted de que si los conozco, y sabré defenderlos.
               Y decidió llevarse consigo a Lorenzo y su hija, para librarlos de la humillante tutela del extranjero.



























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