Page 64 - Doña Bárbara
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               –¿De manera que si no me encuentro contigo?...
               –Te habrías ido con las cajas destempladas. ¡Ay, Santos Luzardo! Tú estás acabando de salir de la Universidad y
            crees que eso de reclamar derechos es tan fácil como parece en los libros. Pero no tengas cuidado; lo principal está

            logrado ya: que se haga comparecer ante la Jefatura a doña Bárbara y a míster Danger. Aprovechándome de que el
            coronel no está aquí y haciéndome el mogollón, ya voy a mandar un propio con las boletas de citación. En el término de
            la distancia, les voy a poner. De modo que pasado mañana a estas horas deben de estar aquí. Mientras tanto, tú te
            quedas por ahí, sin dejarte ver, no vaya a informarse el coronel a qué has venido, y tener yo que explicarle antes de
            tiempo.
               –Tendría que encerrarme en la posada. Si es que alguna hay en este pueblo.
               –No es muy recomendable la que hay, pero... Si no fuera porque no conviene que el general se dé cuenta de que

            somos buenos amigos, yo te diría que te quedaras en casa.
               –Gracias, Mujica.
               –¡Mujiquita, chico! Dime como me decías antes. Yo siempre soy y seré el mismo para ti. No te imaginas el placer
            que me has proporcionado. ¡Aquellos tiempos de la Universidad! ¿Y el viejo Lira, chico? ¿Vive todavía? ¿Y Modesto,
            siempre rezando? ¡Qué buen hombre aquel Modesto! ¿Verdad, chico?

               –Muy bueno. Pues, oye, Mujiquita; yo te agradezco la buena voluntad de serme útil que has mostrado; pero como lo
            que vengo a reclamar es perfectamente legal, no tengo por qué andar con tantos tapujos. El Jefe Civil, ése que todavía
            no sé si es general o coronel, pues le das los dos tratamientos alternativamente, tendrá que atender mi solicitud. .
               Pero Mujiquita no lo dejó concluir:
               –Mira, Santos: síguete por mí. Tú traes la teoría, pero yo tengo la práctica. Haz lo que te aconsejo: métete en la
            posada, fíngete enfermo y no salgas a la calle hasta que yo te avise.

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               Se parecía a casi todos los de su oficio, como un toro a otro del mismo pelo, pues no poseía ni más ni menos de lo

            que se necesita para ser Jefe Civil de pueblos como aquél: una ignorancia absoluta, un temperamento despótico y un
            grado adquirido en correrías militares. De coronel era el que había ganado en las de su juventud; pero aunque sus
            amigos y servidores tendían a darle a veces el de general, el resto de la población del Distrito prefería llamarlo: Ño
            Pernalete.
               Estaba despachando con Mujiquita, bajo la égida de un sable pendiente de la pared, envainado, pero con muestras de
            un uso frecuente en el desniquelado de la tarama, cuando se sintieron en la calle pisadas de caballos.
               Empalideciendo de pronto, aunque ya todo lo tenía preparado para aquel preciso momento. Mujiquita exclamó:
               –¡Ah, caramba! ¡Se me olvidaba decirle, general!...

               Y echó el cuento, aduciendo en justificación de la prisa que se había tomado para citar a los vecinos de Santos el
            temor de que éste –Luzardo al fin– se hiciera justicia por sí mismo si no encontraba a la autoridad pronta a impartírsela.
               –Como usted se había ido para Las Maporas sin decirme cuánto tiempo estaría por allá –concluyó–, yo creí que lo
            mejor era proceder en seguida.
               Ño Pernalete lo miró de arriba abajo:

               –Ya sabía yo que usted tenía algún embolado, Mujiquita. Porque desde ayer está como perro con gusano, y en lo que
            va de hoy, si no se ha asomado cien veces a la puerta es porque habrán sido más. ¿Conque lo mejor era proceder en
            seguida? Mire, Mujiquita, ¿usted cree que yo no sé que ese doctorcito que está ahí en la posada es amigo suyo?
               Pero ya se detenían en la puerta de la Jefatura doña Bárbara y míster Danger, y Ño Pernalete se reservó para después
            lo que todavía tenía que decirle al secretario. No le convenía que las personas citadas se enterasen de que allí se podía



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