Page 61 - Doña Bárbara
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D Do oñ ña a   B Bá ár rb ba ar ra a: :: :   I I. .   U Un n   a ac co on nt te ec ci im mi ie en nt to o   i in ns só ól li it to o                                   R Ró óm mu ul lo o   G Ga al ll le eg go os s
                                                      S SE EG GU UN ND DA A   P PA AR RT TE E
                                               I I. .   U UN N   A AC CO ON NT TE EC CI IM MI IE EN NT TO O   I IN NS SÓ ÓL LI IT TO O

               Artera fue la táctica empleada por doña Bárbara cuando recibió aquella carta donde Luzardo le participaba su
            determinación de cercar Altamira. Nada podía agradarle menos que esta noticia de un límite, a quien, cuando se le
            ponderaba su ambición de dominio, solía replicar socarronamente:

               –Pero si yo no soy tan ambiciosa como me pintan... Yo me conformo con un pedacito de tierra nada más: el
            necesario para estar siempre en el centro de mis posesiones dondequiera que me encuentre.
               Sin embargo, en concluyendo de leer la carta, exclamó con una entonación de voz de mujer bonachona y sencillota:
               –¡Bueno, pues! Por fin se van a acabar los pleitos por causa de ese bendito lindero con Altamira, porque el doctor
            Luzardo va a cercar su hato, y de ahora en adelante no habrá más equivocaciones. Eso es lo mejor: la cerca. ¡Sí, señor!
            Así cada cual sabe hasta dónde llega lo suyo y puede estar como dice el dicho: cada cual en su casa y Dios en la de

            todos. ¡Eso es! Hace tiempo que vengo pensando en la cerca; pero todavía no he podido darme ese gusto porque es
            mucha la plata que cuesta. El doctor sí puede darse ese gusto porque él tiene, y hace bien en gastarse una poca de plata
            en eso.
               Balbino Paiba, que a la voz de carta de Luzardo se le había acercado, por si de él se tratara, se quedó mirándola de
            hito en hito, sin comprender que todo aquello eran puras marrajerías encaminadas a que Antonio Sandoval, que estaba
            esperando la respuesta, llevase a Altamira el cuento de la buena disposición de ánimo con que había acogido la noticia.
               Pero como ya Antonio había oído decir que aquella entonación de voz no la empleaba ella sino cuando se proponía

            un plan artero, se hizo esta reflexión:
               –Ahora es cuando está peligrosa la mujer.
               –Dígale, pues, al doctor Luzardo –concluyó ella–, que quedo en cuenta de lo que se propone; pero que, respective a
            medianería, por ahora no estoy en condiciones de costearla. Que si él quiere y tiene mucha prisa –pues ya veo que el
            doctor es de los que llegan tumbando y capando, como dicen vulgarmente–, puede proceder a plantar los postes de una

            vez, que después nos entenderemos. Él me dirá lo que haya gastado y no pelearemos por eso.
               –Y, respective al trabajo que le pide el doctor –inquirió Antonio, dándole, una entonación especial al término
            empleado por ella–, ¿qué le contesta?
               –¡Ah! Se me olvidaba que también me habla de eso. Dígale que por ahora mis sabanas no están en condiciones de
            permitir trabajos; pero que yo le avisaré en cuanto no más pueda dárselos. Mientras tanto, que vaya echando la
            posteadura. De aquí a cuando vayamos a echar el alambre hay tiempo de sobra para que él recoja su ganado de por aquí
            y yo los mautes míos que anden por allá. Dígale eso. Y démele un saludo de mi parte.
               Apenas hubo partido Antonio, Balbino Paiba expresó la idea siniestra que no podía por menos de atribuirle a doña

            Bárbara:
               –Por supuesto, el doctor Luzardo no va a tener tiempo de echar esa cerca.
               –¿Por qué no? –replicó ella, mientras doblaba la carta para meterla de nuevo en el sobre–. Eso es cuestión de unas
            semanas no más. Pero, como no vaya a equivocarse y echarla más acá del lindero.
               Y volviendo a su tono natural de voz, sin socarronerías que ya no tenían objeto:

               –Llámate acá a los Mondragones.
               Al día siguiente amanecieron trasplantados el poste del lindero y la casa de Macanillal; pero no Altamira adentro,
            como antes solían moverse, sino en sentido inverso, cediendo terreno, y a un sitio cuyas señales no pudieran
            corresponder a las de la demarcación última vigente.
               La estratagema tenía por objeto que Luzardo se extralimitara al echar la cerca, ateniéndose sólo al poste y a la casa,
            que eran los puntos de referencia más ostensibles dentro de la vaguedad de los términos del deslinde. Luego, sería fácil

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