Page 69 - Doña Bárbara
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En el Llano –donde, según el proverbio, propiedad que se mueve no es propiedad–, el dueño de una bestia salvaje es
quien la captura, y la costumbre establece que si el propietario del hato la quiere para sí, debe comprársela, por una
cantidad que en realidad no es sino el pago del trabajo de cazarla y amansarla; pero bien puede aquél negarse a
venderla, siempre que la destine a su uso personal.
Laborioso fue el amansamiento, porque la Catira tenía un «corcoveo jacheado» que había que ser muy de a caballo
para mantenérsele encima; pero bestia que amansara Carmelito, por bellaca que fuese, quedaba como una seda, suave y
blanda de boca.
–¿Cómo va la Catira, Carmelito? –solía preguntarle Luzardo.
–¡Ahí, doctor! Ya está cogiendito el paso. ¿Ya usted, cómo le va en lo suyo?
Se refería a la tarea de la educación de Marisela, emprendida por Santos.
También Marisela tenía su «corcoveo jacheado». No porque le costase trabajo aprender, sino porque de pronto se
enfurruñaba con el maestro.
–Déjeme ir para mi monte otra vez.
–Vete, pues. Pero hasta allá te perseguiré diciéndote no se dice jallé, sino hallé o encontré; no se dice aguaite, sino
mire, vea.
–Es que se me sale sin darme cuenta. Mire, pues, lo que me encontré, curucuteando..., registrando por ahí. ¿No le
parece bonito para ponerlo con flores en la mesa?
–El florero no es bonito propiamente.
–¿No ve? Ya sabía yo que iba a encontrarle algún defecto.
–Aguarda, criatura. No me has dejado terminar. Que no sea bonito el florero no es culpa tuya. En cambio, sí me
agrada que se te haya ocurrido poner flores en la mesa.
–Ya ve, pues, que no soy tan bruta. Eso no me lo había enseñado usted.
–Nunca he creído que lo seas. Por el contrario, siempre te he dicho que eres una muchacha inteligente.
–Sí. Ya eso me lo ha dicho bastante.
–Parece que no te agradara oírlo. ¿Qué más quieres que te diga?
–¡Guá! ¿Qué voy a querer yo? ¿Acaso estoy pidiendo más, pues?
–¡El guá, otra vez!
–¡Umjú!
–No te impacientes –concluyó él–. Te llevo la cuenta de los guás, y todos los días la cifra va disminuyendo. En todo
el de hoy una sola vez se te ha escapado.
Esto en cuanto al vocabulario, corrigiéndoselo a cada momento. Las lecciones, propiamente, eran por las noches. Ya
del largo olvido estaban saliendo bastante bien la lectura y la escritura, que fue lo único que de pequeñita le había
enseñado su padre. Lo demás, todo era nuevo e interesante para ella y lo comprendía con una facilidad extraordinaria.
En cuanto a maneras y costumbres, los modelos eran señoritas de Caracas, todas bien educadas y exquisitas, amigas de
Santos, siempre oportunamente recordadas en las conversaciones con que él animaba las sobremesas.
Marisela sonreía, pues no se le escapaba a su despierta imaginación que todo aquel largo hablar de las amigas de
Caracas era para proponerle a ella algo que debiera imitar. También se enfurruñaba, a veces, si Santos se complacía
demasiado en la pintura de los modelos, como generalmente sucedía que empezaran lecciones y terminaran nostalgias
de la vida de la ciudad; pero entonces era cuando Marisela aprendía más, porque si el maestro se distraía, su instinto
vigilaba.
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