Page 109 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Después de almorzar, Phileas Fogg, acompañado de mistress Aouida, salió del hotel para ir
                  a visar su pasaporte en el consulado inglés. Encontró en la acera a su criado, que le
                  preguntó si sería prudente, antes de tomar el ferrocarril del Pacífico, comprar algunas
                  carabinas Enfleld o revólveres Colt. Picaporte había oído hablar de los sioux y de los
                  pawnies, que paran los ferrocarriles como simples ladrones españoles. Mister Fogg
                  respondió que era precaución inútil; pero lo dejó en libertad de obrar como pluguiese, y
                  después se dirigió a la oficina del agente consular.

                  Phileas Fogg no había andado doscientos pasos, cuando, "por una de las más raras
                  casualidades", encontró a Fix. El inspector se manifestó extraordina-riamente sorprendido.
                  ¡Cómo! ¡Habían hecho la trave-sía juntos, sin verse a bordo! En todo caso, Fix no podía
                  menos de considerarse honrado con la vista del caballero a quien tanto debía, y llamándolo
                  sus negocios a Europa, se alegraba mucho de proseguir su viaje en tan amable compañía.

                  Mister Fogg respondió que la honra era suya, y Fix, que no lo quería perder de vista, le
                  pidió permiso de visitar con él esa curiosa ciudad de San Francisco, lo cual fue concedido.

                  Mistress Aouida, Phileas Fogg y Fix, echaron, pues, a pasear por las calles, y no tardaron
                  en hallarse en Montgommery Street, donde la afluencia de la muchedumbre era enorme. En
                  las aceras, en medio de la calle, en las vías del tranvía, a pesar del paso ince-sante de
                  coches y ómnibus, en el umbral de las tiendas, en las ventanas de las casas, y aun en los
                  tejados, había una multitud innumerable. En medio de los grupos cir-culaban
                  hombres carteles, y por el aire ondeaban ban-deras y banderolas, oyéndose una gritería
                  inmensa por todoslados.

                   ¡Hurra por Kamerfield!

                   ¡Hurra por Madiboy!

                  Era un mitin , al menos, así lo pensó Fix, que trans-mitió su creencia a mister Fogg,
                  añadiendo:

                   Quizá haremos bien en no meternos entre esa batahola, porque sólo se reparten golpes.

                   En efecto  respondió Phileas Fogg ; y los puñetazos, porque tengan el carácter de
                  politicos, no dejan de ser puñetazos.

                  Fix creyó conveniente sonreír al oír esta observa-ción, y a fin de ver sin ser atropellados,
                  mistress Aouida, Phileas Fogg y él tomaron sitio en el des-canso superior de unas gradas
                  que dominaban la calle. Delante de ellos, y en la acera de enfrente, entre la tienda de un
                  carbonero y un almacén de petróleo, se extendía un ancho mostrador al aire libre, hacia el
                  cual convergían las diversas corrientes de la multitud.

                  ¿Y por qué aquel mitin? ¿Con qué motivo se cele-braba? Phileas Fogg lo ignoraba
                  absolutamente. ¿Se trataba del nombramiento de un alto funcionario mili-tar o civil, de un
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